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CÉSAR A. DE LOS RÍOS
León

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SI LOS cambios de estatutos han sido el ejercicio con el que Zapatero ha entretenido a la clase política durante toda la legislatura, el «proceso de paz» fue concebido como el premio que debería coronar el salto del sistema de las autonomías a un Estado plurinacional. Al fondo de esta transformación, esto es, de lo que Jaime Mayor calificó como una segunda transición, debería aparecer la «paz», el fin del terrorismo. ¿A costa de qué? De una modificación del Estatuto de Guernica por otro que no convendría llamar de Ibarretxe, sino de Patxi López, aunque en realidad terminara siendo un Estado libremente asociado como quería aquel... Por lo que se refiere al primero de los dos grandes objetivos, podemos decir que Zapatero está triunfando: Cataluña ha sido reconocida como «nación» no sólo desde el punto de vista formal: el soberanismo de los poderes catalanes, ejecutivo, legislativo y judicial, es pleno en ocasiones en relación con los poderes del Estado, a veces compartido, a veces condicionante y, en ocasiones, superior. En el resto de las comunidades también se van cumpliendo los planes socialistas con la colaboración del PP. Entusiástica en el caso de Valencia, entreguista en el de Andalucía... En definitiva, el PSOE y los nacionalistas conseguirán el cambio de modelo de Estado que, en adelante, convendría no llamar autonómico simplemente por un elemental respeto al lenguaje... y a los conceptos. El éxito de Zapatero no se limita a la resolución de los problemas territoriales. Alcanza a la estrategia de poder tal como ha sido concebida por aquel y que se basa en una alianza de hierro con los nacionalismos periféricos. Quiero decir que el nuevo modelo de Estado responde al bloque partidario que deberá administrar el futuro estado confederal. Siendo esto así, ¿es la de Zapatero una marcha triunfal? Tan sólo en el caso de que le saliera bien el llamado proceso de paz, que es lo que ha condicionado la estrategia de Zapatero. La aplicación del plurinacionalismo pasa por la legalización de Batasuna y con el desarrollo institucional de Euskal Herría (autodeterminación, anexión de Navarra) al margen de la excarcelación de medio millar de criminales. Por supuesto, la conquista de la «paz», es decir, el triunfo de Zapatero, debe pasar por el allanamiento del Estado de Derecho y, de paso, por la disolución de España. Y todo esto está en el aire cuando todavía queda más de un año para el fin de la legislatura. ¿Se decidirá ZP por un adelanto de las legislativas a la vista del empantanamiento de las negociaciones con ETA? Esta es la incógnita política que, a mi entender, está latiendo en estos momentos que yo calificaría de «impasse». Hemos llegado a un punto en el que Zapatero necesitaría oxígeno para desbloquear el proceso de paz: un nuevo mandato electoral. Porque el Gobierno podría aguantar hasta el final de la legislatura, pero ¿y ETA?