Diario de León
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El acoso escolar no entiende de colegios. Es tan frecuente en los públicos como en los concertados y privados. Y es cada vez más joven. Según el estudio «Violencia y acoso escolar en España», uno de cada cuatro alumnos es el centro de las burlas y la agresividad de sus compañeros, dato que se dispara en las aulas con niños de 7 y 8 años y que se sitúa al nivel de los ámbitos laborales y doméstico en el Bachillerato. En primaria, las víctimas afirman sentirse acosadas porque los demás alumnos no les hablan, les pegan «collejas» y les llaman por motes. En Secundaria el abanico se amplía y las formas anteriores se añaden al insulto, la burla por la apariencia física y la marginación. El acoso puede desencadenarse de la forma más trivial, aseguran los autores del estudio, Araceli Oñate, directora del Instituto de Innovación Educativa e Iñaki Piñuel, profesor de la Universidad de Alcalá. Las buenas o malas notas, las gafas, la estatura y el aparato de los dientes son razón suficiente. Los propios acosadores admiten que lo que les impulsa a actuar suele ser la envidia, el simple afán por molestar o las ganas de bromear. Una respuesta errónea a una pregunta formulada por el profesor puede provocar las despiadadas carcajadas del alumnado entre el que se da con frecuencia el llamado «efecto del carro ganador». Es decir: son muchos los que acosan para evitar ser acosados. Los profesores y los directores de los centros son conscientes del irrespirable ambiente para un buen número de alumnos. Sin embargo trivializan como denuncian Onate y Piñuel, porque se escudan en que el acoso se ha dado siempre en todos los colegios. Si los adultos se quedan de brazos cruzados será difícil impedir que se cumpla una previsión recogida en el estudio: el 60% de los acosadores habrá cometido un delito antes de cumplir los 24 años. El porcentaje de varones que acosan supera al de mujeres. Según el catedrático de Psicología José Ignacio Navarro, numerosas familias han delegado la responsabilidad de educar, lo que sumado al innegable poder de televisión, Internet y los videojuegos, han contribuido de forma determinante a que los menores sean violentos y a que los niños desarrollen un carácter agresivo cada vez más pronto. Anatolio Calle Juárez (Navatejera). El abuelo Constantino Pensar en mi abuelo me pone triste, evitar pensar en él me hace sentir mal. Los primeros recuerdos que tengo de mi abuelo son de cuando era niña y él nos despertaba a mis hermanos y a mí para ir a la escuela, mientras nos vestíamos nos preparaba el desayuno: el tazón de leche con el pan migado. Le recuerdo las noches de domingo en la mesa de la cocina empaquetando las monedas recaudadas en el cine: cuando iba en su bicicleta a Caleyo; con la Luna, su perra, compañera de caza... Cuando fui mayor tuve la suerte de pasar muchas horas con él, nos sentábamos en la salita y, como la tele no le interesaba demasiado, me contaba las anécdotas de su vida: sus primeros zapatos cuando tenía catorce años y trabajando de pinche pudo comprárselos; la corta historia de su hermano Eduardo; sus tres años en África; el hambre que le quitaron las castañas a las que tanto valor daba; su matrimonio con Adonina; la guerra, la caza. El pasado mes de septiembre mi abuelo falleció. Ahora cumpliría 104 años. Alguien me dijo mientras le despedíamos que me parecía mucho a él, fue el mejor piropo que he recibido pero nunca podré igualarle en inteligencia, saber estar, discreción, capacidad de trabajo que le llevó a emprender distintos negocios con éxito: el chamizo, la tienda, el bar, el cine. Se ha enfrentado a la vida con gran dignidad y no la perdió ni al final cuando tuvo que pasar los últimos meses en cama, sin oírle jamás un lamento, sólo palabras de agradecimiento hacia todos. Le echo de menos, le sigo escuchando suspirar por las noches, sus estornudos, pero sobre todo sus oraciones y su olor. Los niños, sus biznietos, también se acuerdan de Tino. Ellos no tendrán la fortuna de disfrutar tanto de un abuelo como sus padres. Pensar en mi abuelo seguirá p oniénd ome triste pero no por ello voy a dejar de hacerlo. S ara Cuadrillero Álvarez (Matarrosa del Sil-León). Pablo Fuertes (León).

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