EN LA CUERDA FLOJA
Angosturas
HABLABA con un abogado conocido del que no soy cliente. En realidad, no soy cliente de ninguno y espero seguir así muchos años. Total, que estábamos terminando nuestra charla amistosa y proyectábamos otra. Al buscar fechas le dije algo sobre lo muy ocupado que estaba él o quizá sobre lo ocupadísimos que estábamos ambos. No recuerdo exactamente cómo lo formulé, pero sí la cara de desagrado intenso que se le puso y el comentario inmediato, casi enfurecido: «No, perdona, yo tengo tiempo». Sufrí la misma sensación que si le hubiera llamado tonto a un inteligente, débil a un fuerte o pobre a un nuevo rico. Me había equivocado de buena fe, porque lo cierto es que yo padecía las angosturas de este tiempo nuestro, donde es imposible cerrar la jornada laboral porque te persigue en el teléfono móvil. Los nuevos medios ensanchan tu capacidad de obrar: puedes hacer más, a mayor velocidad y desde cualquier lugar. Pero precisamente por eso, el tiempo de ocio -que siempre tiene mucho que ver con el silencio o con la compañía buscada- se estrecha irremisiblemente hasta casi desaparecer. Entre otras razones, porque no puedes decirle a nadie que no tienes tiempo, que estás muy ocupado o que la vida te achucha: inevitablemente pensarán que no tienes tiempo... para ellos, y sí para muchas otras cosas, cuando en realidad querrías dedicarles más a ellos que a esas cosas, pero no puedes, y te agobias aún más. Mi amigo, el abogado, es más elegante y hábil. Anda escaso de tiempo, pero presume de lo contrario. Cuando intentas quedar con él, se muestra disponible y -luego me lo reconoció- te deja tantear días y horas por si coinciden con sus escasos huecos. Si lo consigues, te propina un «por supuesto», y si no, te dice qué le ocupa. A ver si me sale.