La muerte de Gemayel y el Líbano incierto

«APARTAD de mí la sabiduría que no llora», dice Jalil Yibrán, el más conocido poeta libanés. Su tierra, vivero de poetas, puerta del mundo árabe para Occidente, vuelve a llorar por otro asesinato político de difícil atribución. Todo en el Líbano resulta complicado y polifacético. En aquel pequeño país se venía experimentando desde hace siglos la convivencia entre credos y razas. Los pactos en que se basó la independencia del país también fueron multipartitos. Pero el nacimiento de Israel, un país para un solo credo, llevó a muchos a tomar partido. Y la teoría del choque de civilizaciones, tan adecuada para llevar a cabo la invasión de Irak, tan inadecuada para vivir en paz, no soporta bien una excepción como la libanesa. Los aliados occidentales de la actual mayoría gobernante han presionado para que se margine a otra fuerza protagonista, Hezbolá, y se le adjudique exclusivamente el papel de desestabilizador. Los creadores de opinión occidentales apuntan a Siria como la posible instigadora del asesinato de Pierre Gemayel, contrario al padrinazgo de Damasco. Pero Siria daba pasos estos días para acercarse a Estados Unidos y buscar una salida a la guerra de Irak. Y en el propio Líbano, con el patrocinio egipcio y saudí, se conversaba entre el partido cristiano mayoritario y las fuerzas prosirias para hacer imposible una nueva guerra civil. El atentado perjudica, sobre todo, a la estabilidad del país. A quién beneficia, quizá ni el tiempo nos lo dirá.