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Publicado por
FEDERICO FERNÁNDEZ BUJÁN
León

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TODO SER HUMANO, desde el momento de su nacimiento, es una realidad irrepetible conformada con unas potencialidades, genéticas y ambientales, que le posibilitan para desarrollar su propio proyecto personal. El hombre es el ejemplo más acabado de un ser dotado de naturaleza singular. Ésta no se basa en el ADN, las huellas digitales o el iris del ojo, que le diferencian físicamente de otros, sino en el conjunto de su esencialidad personal, inalienable e intransferible. Pues bien, la actual realidad social parece desmentir esta verdad filosófica. Nunca como en el tiempo presente, el individuo ha perdido tanto su propia personalidad, ciertamente desdibujada y casi anulada por conductas realmente gregarias que acepta sin cuestionarlas, rindiendo su personal criterio en el pensar y el actuar. Es indudable que la persona es un ser social por naturaleza. No parece que pueda haber discusión sobre esta cuestión. Vivir en sociedad debería, pues, servirle para desarrollarse. Sin embargo, la televisión y la publicidad reducen, en ocasiones, al individuo a un títere objeto de manipulación. Los jóvenes tienden a vestir, divertirse y consumir, de acuerdo con pautas inspiradas por quienes no tienen otro norte que su propia ganancia. Los adultos descansamos del duro bregar, de acuerdo con comportamientos colectivos, que provocan que todos estemos apretados en los mismos sitios y a las mismas horas. Los más viejos, en otro tiempo también más libres, ocupan hoy su tiempo con hábitos impuestos que, a veces, son antinaturales para su edad. Se hace necesario reivindicar la identidad del individuo, lo original frente a lo igual. Tengo para mí que la costumbre de leer el periódico, el disfrute del arte, el contacto con la naturaleza, el ejercicio físico no estandarizado, el hábito de lectura y cualquier otra afición pueden ayudarnos a recuperar el gobierno de nuestra vida.

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