EN EL FILO
El efecto Arcimboldo
GIUSEPPE Arcimboldo fue un pintor de notable éxito en el siglo XVI. Sus obras son extravagantes alegorías en las que las figuras, casi siempre cabezas humanas, están compuestas de multitud de elementos (flores, frutos, animales) pintados con gran detalle, de forma tal que es imposible percibir el conjunto sin reparar en sus múltiples partes. Con resultados, por cierto, perturbadores. Pues bien, una tendencia similar a percibir las cosas de un modo siempre fragmentario, perdiendo de vista lo general desde el exaltación de lo particular -el «efecto Arcimboldo»- parece haber estado muy presente en la vida española en los últimos años, y no sólo entre los políticos. Compararse continuamente, atacar las ganancias del territorio vecino, «blindar» lo que se considera propio: pareciera que no hay otro modo de encarar la vida pública. Se trata de algo profundo que viene de atrás, aunque sin duda la discusión del estatuto catalán lo ha potenciado. Los procesos de descentralización política, además de algunos problemas, ofrecen oportunidades y ventajas, sobre todo en países de condición plural. Pero muchas de ellas se perderán si predomina una pulsión disgregadora -una orientación confederal- en las que los gobiernos subcentrales utilicen su creciente capacidad de decisión para alcanzar sus objetivos estrictos, olvidando los del conjunto. En ese caso, buena parte de la política no será más que un juego redistributivo entre territorios, y la búsqueda de una mayor eficiencia y bienestar general se verá relegada. En España ese olvido de las condiciones de racionalidad general es muy visible, acaso debido a la presencia de una fuerte retórica identitaria, siendo sus efectos muy negativos. Por ejemplo, para nada bueno ha servido descentralizar la gestión de las catástrofes naturales, ni de la política de compras del sistema sanitario, ni la ahora tan denostada cesión de competencias -en este caso a los ayuntamientos- en materia urbanística. Que ahora, en algunos proyectos de estatuto, se hable de competencias exclusivas en relación con la gestión del agua, «el blindaje de los ríos», tiene mucho de dislate, que el gobierno central hace bien en intentar corregir de inmediato. Y en sentido contrario, razones de eficiencia general aconsejarían descentralizar más la administración de justicia, a cuyo colapso actual contribuye su rígida estructura territorial: si no se hace es por motivos retóricos e ideológicos. Pluralidad territorial y visión inclusiva de España sólo dan una resultante. Está inventada y se llama federalismo (algo radicalmente opuesto a la perversión confederal). Afrontarlo de una vez sería la mejor forma de revertir el «efecto Arcimboldo». Sin tener miedo a las palabras.