Diario de León

TRIBUNA

La instrucción pastoral sobre la situación actual de España

Publicado por
Julián López Martín
León

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Se ha hecho público, hace apenas dos días, el texto completo de la Instrucción pastoral aprobada por la Conferencia Episcopal Española el pasado día 23 de noviembre. Los medios de comunicación han ofrecido resúmenes y frases entresacadas. Sin embargo, conviene leer este documento en su integridad, si se quiere encontrar, como se sugiere en él, una ayuda para descubrir las implicaciones morales de la actual situación social, cultural y política de España. Mi propósito es señalar algunas claves o pistas que faciliten esa lectura. Una primera clave hace referencia a los primeros destinatarios de la Instrucción, evidentemente los católicos, pero ésta se pone también sobre la mesa de la opinión pública en un ejercicio de la libertad de expresión. Los obispos somos conscientes de que hay muchas personas preocupadas por los cambios rápidos y profundos que se están obrando en la sociedad española, que parecía haber encontrado un camino de distensión y de convivencia pacífica y, sin embargo, se encuentra a veces dividida y crispada. A los católicos les hablamos desde nuestra condición de pastores, y les decimos que no pueden eludir la responsabilidad de quienes deben anunciar a Jesucristo no sólo de palabra sino también con la verdad de las obras. Les decimos también que no se dejen vencer por la falta de esperanza en estos tiempos difíciles, pensando que hoy resulta poco menos que imposible vivir como cristianos, o cediendo a la tentación de disimular, diluir o renunciar a su propia identidad de seguidores de Jesucristo. Otra clave de la Instrucción es la que afecta a la naturaleza de su contenido. Se trata de una reflexión de carácter doctrinal y pastoral a la vez. Como reza el mismo título, contiene orientaciones de carácter moral, es decir, criterios y pautas para enjuiciar la situación actual de España y para actuar de manera coherente con los principios de la moral cristiana y de la doctrina social de la Iglesia. En este sentido el documento deja muy clara la función iluminadora de la fe a la hora de preguntarse sobre lo que es lícito o no, y sobre cómo se ha de actuar en la vida pública desde una perspectiva moral. Es posible que estos criterios no sean compartidos total o parcialmente por quienes desean atenerse a una ética meramente civil o laica, pero sin duda la referencia al bien común y a la dignidad de la persona con sus inalienables derechos como criterio de moralidad, que se hace en la Instrucción, así como el apelar a la actuación de los ciudadanos según sus propias convicciones morales y de acuerdo con su conciencia, constituyen un sólido punto de encuentro en orden a trabajar todos juntos en no pocos aspectos de la vida social y pública. Por eso, lo que acabo de indicar me parece muy importante para comprender lo que se dice en el capítulo III de la Instrucción sobre realidades y problemas específicos y graves: la democracia, la libertad religiosa, el terrorismo y los nacionalismos. La Instrucción exhorta a los católicos a la responsabilidad en la hora actual, pidiéndoles que no prescindan de los criterios que provienen de la revelación de Dios aceptada por la fe. Estos criterios, sin imponer una uniformidad en los medios y en los procedimientos, o en las opciones políticas siempre que sean compatibles con las exigencias de la fe y de la vida cristiana, les ayudarán sin embargo a prestar su propia contribución como ciudadanos y como creyentes en una sociedad plural y democrática. Una tercera y muy significativa clave del documento lo constituye la llamada caridad social para el fortalecimiento moral de la vida pública. En realidad se trata de una consecuencia práctica de la virtud de la caridad, como norma suprema de vida para la Iglesia y para cada cristiano. Esta virtud por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Dios, nos permite comprender la verdad profunda de las personas, de la familia y de la vida social en toda su complejidad y amplitud. El amor cristiano, vivido y practicado con generosidad y eficacia, es lo único que nos autentifica como creyentes y testigos de la verdad y de la bondad de Dios en nuestro mundo. Pues bien, la caridad social conduce a respetar sinceramente la dignidad y la libertad de las personas, y a procurar el bien común del conjunto de la sociedad. El ejercicio de esta forma de caridad es un deber de todos los católicos, si bien la tarea específica de intervenir en la vida pública de manera activa y responsable es competencia de los seglares. Estos son libres, como he señalado antes, para escoger los medios e introducirse en las instituciones que les parezcan más adecuadas con los valores señalados anteriormente de las personas y del bien común, pero siempre desde una conciencia rectamente formada. En estas claves, acerca del tema de la unidad de España que tanto ha interesado a la opinión pública, la Instrucción recomienda a todos los españoles que piensen y actúen con la máxima responsabilidad y rectitud, respetando la verdad de los hechos y de una historia que avala los beneficios de un proceso de integración espiritual y cultural, considerando los bienes de la unidad y de la convivencia de siglos y guiándose por criterios de solidaridad y de respeto hacia el bien de los demás. En este sentido, expreso mi confianza de que esta Instrucción nos ayude a todos a responder a los retos del momento que nos toca vivir.

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