CANTO RODADO
Un Cervantes por la calle Ancha
A ESTE HOMBRE de espesas cejas arqueadas se le ve caminar a menudo por las estrechas calles del casco antiguo. Con las manos agarradas a la espalda y ensimismado, quien sabe si en los residuos de la memoria, en asuntos pendientes de la Fundación Sierra-Pambley o mascando alguna de las noticias que convulsionan al mundo a cada segundo. Cuando regrese de su «gira» por Madrid, cargado con el premio Reina Sofía de poesía iberoamericana, caminará por la calle Ancha un Cervantes, el Nobel de las letras españolas. El premio es de Antonio Gamoneda, asturiano de nacimiento y leonés de adopción desde los tres años. Aquellos treinta convulsos, tenebrosos que han marcado su existencia y sus versos. El premio es suyo, de su profunda poesía, esa poesía hundida en los fangos de la existencia, del dolor del tiempo pasado, pero en la que sobreviene, por encima de todo la belleza. La belleza, también, de lo más pobre. Dicen que es un poeta difícil, hermético, pero también dicen quienes lo estudian que su materialismo verbal es puro realismo. El Premio Cervantes es de Antonio Gamoneda y de su obra, pero ahora lo disfruta León, incluso quienes nunca se hayan acercado a sus libros por miedo a la poesía. La maquinaria institucional ya se puso en marcha para rendir honores al premiado, sus antologías corren veloces hacia las estanterías de librerías y bibliotecas. Y eso está bien. No hace falta justificarse y decir, «nosotros ya lo teníamos previsto». Compartir la alegría con quien triunfa y es reconocido, aunque suene a cursilería, es un privilegio en un mundo en el que impera muchas veces el cinismo y la mercadería. Se ha premiado la obra, pero también al hombre pues ambos son inseparables. A mí, ese poeta que exprime zumo a las tinieblas se me ha hecho cercano con los pies bien afianzados en la tierra repudiando la guerra ignominiosa, la violencia de los nuevos bárbaros urbanos y la desmemoria. Y es grato sentir que el poeta vive con su tiempo.