DESDE LA CORTE
El día de la distancia
NO HAY NADA que hacer. Todo el país es un clamor que pide a los grandes líderes que se entiendan. Que se entiendan, cuando menos, en esta oportunidad de terminar con el terrorismo. Ayer se lo pidió el presidente del Congreso de los Diputados, Manuel Marín. Se lo pidió en su presencia. Pero si los gestos valen más que mil palabras, el gesto fue la distancia. Ningún asistente a la recepción del Congreso vio que Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se dieran la mano. Cada cual estuvo a lo suyo y, cuando cogieron el micrófono, fue para repetir sus mensajes ya conocidos: Zapatero, para reclamar el apoyo del Partido Popular, porque entiende que la oposición tiene que estar al lado del gobierno en la estrategia política contra el terrorismo. Rajoy, para exigirle a Zapatero que abjure de sus errores, porque negociar con esa gente es la mayor equivocación que puede cometer un gobernante. Si estos fueron los mensajes el día de la concordia, que es el día de la Constitución, ¿qué se puede esperar en el juego político ordinario? Nada. Ni el presidente del gobierno tiene en su agenda convocar al jefe de la oposición, ni éste ofrece un indicio de cambio de actitud, porque parte del supuesto de que no hay más solución que convocar el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Están metidos y nos tienen metidos a todos en un círculo vicioso del que no se vislumbra una salida razonable. ¿Qué digo de salida? Cada día será todo un poco peor. Cada hora que pasa, Rajoy y los suyos entienden que ceder algo al gobierno, darle un mínimo apoyo, o mostrar una mínima comprensión, sería concederle un triunfo. Y a la inversa, supongo que Zapatero entiende que cualquier rectificación sería un regalo para el Partido Popular: un «lujo» que no se puede permitir cuando cualquier acción u omisión puede tener repercusiones electorales. Y no están las encuestas para ejercicios de generosidad. De esta forma, el Día de la Constitución ha sido el día en que se certificó la distancia, por no decir el divorcio. Muy triste, porque no hay análisis de la situación del proceso que no considere inevitable el pacto. Muy lamentable, porque este país no puede asistir a un hipotético acuerdo de final de la violencia con una alternativa de gobierno que promete no asumir los contenidos de ese acuerdo. Y de muy penoso pronóstico, porque el gobierno queda ahora cercado: si fracasa en su propósito negociador, será su fracaso, que será explotado por el PP. Por lo tanto, entiende que no puede fracasar. Y cuando alguien necesita cerrar algo «como sea», empieza a estar dispuesto a hacer concesiones excesivas. Quizá ésa sea la clave de lo que ocurre con el proceso: una necesidad que ya no es de ganar a ETA; es de ganarle al Partido Popular.