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Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO
León

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El GRAN ERROR de Irak no fue de carácter militar, sino político. Y no tiene mucho sentido que el Plan Baker ponga sus acentos en el fracaso de la operación Justicia duradera , sin antes reconocer el problema político que incendió el Medio Oriente. El pecado original de esta guerra es la vuelta a una visión imperialista de la política internacional, que pone en alerta a todos los países del mundo -amigos y enemigos-, y motiva a los iraquíes a extender un conflicto que, al modo de Sansón, está dispuesto a hundir el país con sus enemigos dentro. Lo que hace imposible la victoria de la coalición de las Azores es su sentido criminal originario, o la disposición a invadir cualquier país y a asesinar a cualquier pueblo en nombre de los intereses materiales y estratégicos de la familia anglosajona. Por eso es imposible que la solución venga de Blair y Bush, que son los dos verdugos del pueblo iraquí, y aquellos que la historia ha de señalar, con nuestro compatriota Aznar, como los peligrosos y mentirosos saqueadores que, al comienzo del siglo XXI, pusieron al mundo al borde del colapso. Lo que no vale es el modelo utilizado. Y no vale en ninguno de sus extremos: unilateralismo, cultura militarista, imperialismo económico y estratégico, abuso de la tecnología militar, desprecio de la ONU y ruptura diplomática de la UE. Por eso me temo que la guerra no puede acabar hasta que, más allá del reconocimiento de una derrota militar certificada por la opinión pública mundial, se sustituya la fuerza ilegítima representada por Bush y Blair, por la legítima autoridad de la ONU, por la razonable implicación de los países árabes en el proceso de paz, y por la restauración de las garantías legales que protegen a los países más débiles de las añagazas de los grandes. El Informe Baker -que tan poco le gusta a Bush y a Blair- es contundente a la hora de denunciar el fracaso militar de la coalición invasora. Pero es timorato a la hora de señalar que la abusiva e ilegal actuación americana ha roto el espejo de la gran potencia, hasta el punto de inhabilitarla para dirigir la restauración legal e institucional del Irak. Y por eso no queda claro que la necesaria salida de las tropas americanas sólo podrá hacerse ordenadamente si Estados Unidos pierde el patrocinio de la operación a favor de la Organización de Naciones Unidas, y si se deja ver que nunca volverá a legitimarse -con la cómplice cobardía del Consejo de Seguridad- una operación unilateral contra un país soberano. Más allá de eso, tampoco debemos ser tan ingenuos como para creer que la paz es posible en Irak. Porque el veneno sembrado por la coalición -¡maldita sea!- aún tiene la virtualidad de seguir matando durante décadas.

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