Diario de León
Publicado por
VENANCIO IGLESIAS MARTÍN
León

Creado:

Actualizado:

SON MUCHOS años los que necesita la floración de la palabra. Su fuerza brota de los fondos del alma, donde se sedimentan las experiencias vitales de toda casta y condición. Del espesor de esos sedimentos procederá la riqueza y el color del jardín de la palabra, que es el poemario. No es extraño ni infrecuente, pues, que el tiempo se cumpla irremisiblemente y el poeta entregue lo mejor de su alma, ese fondo vital, a la voz; y que la voz poética, a lo largo del tiempo, haya logrado abrir hermosos paisajes ocultos para la mirada bruta del común. Y la mirada del hombre se afina y la barbarie dulcifica su postura en la experiencia de lo humano que el poeta le brinda. Esa es la más hermosa labor educativa como nos recuerda el griego que se educaba en la poesía homérica. Hay poetas que creen estar al cabo de la calle con unos pocos años de atención a la vida entorno, a la lectura precipitada de otros poetas y sobre todo a una cierta facilidad de palabra o versificación que se consigue en un poco de lectura, la emulación o la imitación. Resuena la palabra en versos bien medidos, sube el tono emocional en la estrofa y, sin querer, el poeta cayó en la trampa del verso para declamar, el de la emoción fácil y conocida, de la frase bien hecha tiernamente retórica, -¡qué bien suena esto!- se dice él mismo. Y en verdad, este tipo de poetas está al cabo de la calle, pero de una calle sin salida. Les faltó el tiempo y el trato paciente con él. Generalmente terminan agotando sus energías en lo anecdótico con la exigencia del reconocimiento público que se llama éxito. Y se reúnen con otros poetas del común y hacen manifiestos y se adulan unos a otros. ¡Fantasmas de la poesía, entretenidos del cotarro público, el barullo y el aplauso fácil! No amantes, amancebados de la palabra, que diría Unamuno. Por suerte hay poetas que laboran en silencio el tempero de una existencia callada, entregada al auto/análisis; a la observación de las menudencias que hacen rica y hermosa una vida; a la contemplación extática de dulces ideas que maduran en la sombra escondida de un despacho; a la búsqueda paciente de significados que requerirán palabras de aristas delicadas; al trato siempre perplejo de otras intimidades que añaden matices a su propio concepto de la existencia; poetas que se acercan a las fuentes del dolor y tocan con finísimos algodones curativos los bordes de la úlcera; poetas marcados ellos mismos por la herida de Filoctetes, que van trazando un camino al borde del cual ponen árboles de sombra o perfumados rosales; que dejan cántaros de agua para los que olvidamos nuestra sombrilla y nuestra cantimplora en el inicio del viaje; poetas. Durante muchos años de trabajo, creyeron quizá que su poesía merecía alguna atención porque podía encender luz en la tiniebla humana. Después olvidaron incluso ese mínimo deseo de reconocimiento para que la palabra saliera de su boca con vocación de estar más allá del placer o el dolor, de la verdad o la falsedad, de la polémica o la aceptación general. Un día el reconocimiento y la publicidad los lanza a la fama y reciben merecidos premios y su voz es dispersada en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Pero ellos ya no están en absoluto seguros de que sus versos sean merecedores de otro destino que el que ellos les daban. Ya no están seguros de que los honores que van a dispensarles, no sean excesivos o henchidos de la vana retórica de la publicidad. Habían vivido su vida en el claroscuro de la palabra, moldeándola amorosamente para que dijera verdades pequeñas, de las que contienen todo un mundo secreto; dándoles una melodía, un sunsum que suavizara el terror del abismo cercano, sin quitar a sus destinatarios la conciencia espantada del mismo. En la puerta de su casa, se encontrará una mínima, bellísima placa: Fulano de tal, poeta. Los demás pasaremos junto a su puerta y diremos: -«¡Gracias, amigo! Ninguno de los premios que te dieron eran adecuados: ni en el tiempo, porque se retrasaron mucho, ni en la cuantía porque siempre será pequeña y prescindible. En cuanto al reconocimiento oficial, siempre te preocupó muy poco». Y nos iremos pensando en la feliz fiesta del agradecimiento, que recibe los premios como un regalo alegre de las abejas, como recibe un miembro inflamado la caricia de un rayo de sol, como quien saliera al campo para ver la hermosura de los prados primaverales y una turbamulta de secretos, agradecidos amigos lo coronara como rey y modelo de vida. Pensaremos que su gratitud considera excesivo todo honor; que su impaciencia le empujará a volver, cuanto antes, los ojos a la palabra buscando en ella, claridad y conformidad ante el misterio. Su humildad dejará en una vitrina los premios con el gesto amable de la gratitud, bendiciendo la generosidad de quienes, sin duda, exageraban al hallarlo grande¿ y después se sentará de nuevo ante la fascinación de una hoja en blanco, para dejar en ella coágulos de su alma. A Antonio la palabra lo colocó en la altura, como se coloca una luz en lo alto de un acantilado nocturno, para que ilumine un instante la negra superficie del piélago. Vuelve pronto al silencio, amigo. Vuelve a la palabra. Crece sin cesar el número de los que la necesitan.

tracking