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EL BALCÓN DEL PUEBLO

Victoriano Crémer, centenario

Publicado por
J. F. PÉREZ CHENCHO
León

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VICTORIANO Crémer, poeta, escritor y periodista, cumple mañana 100 años. Ayer recibió en el Auditorio el homenaje unánime de la sociedad leonesa. Le nacieron en Burgos, allá por el año 1906, pero desde muy niño permanece en León, donde renace. Y como la vida impone sus reglas, abandona pronto sus estudios primarios para ponerse a trabajar. En lo que puede: desde vendedor de periódicos, hasta mancebo de botica, amanuense de escribano, tipógrafo, locutor de radio, periodista y todo cuanto se le pone por delante. Aquí se estableció y aquí sigue. Se siente un leonés hecho y torcido. Pertenece a la generación más dramática de España, ya que nació a la vida, prácticamente, en la I Guerra Mundial, en la huelga revolucionaria del 17. Participó en todas las convulsiones: preparación de la República, la República misma, la revolución del 34 y, finalmente, la guerra civil del 36. Y sufrió la dictadura franquista. Ha visto de todo. Victoriano Crémer no es un autodidacta ni un genio. Siempre fue un independiente en lo político y un activo sindicalista en lo social. En su dilatada vida ha hecho todo lo que hacen los hombres y, además, versos. Estamos ante un aprendiz perpetuo que mañana cumple un siglo de vida. A la única universidad a la que asistió fue a la de la vida como estudiante por libre, rompiendo «a puñetazos puros» con la marginación. Cuando la Universidad de León le otorgó el honoris causa no lo hizo por su expediente académico, sino por su persistente convivencia cultural y humana. En mi trato con los poetas, siempre he creido que son una casta de enajenados, de fugitivos. Tienen en su mano el poder evadirse y crear sus propias circunstancias. Victoriano Crémer, allá por la década de los 40, que fue tiempo histórico de resonancias políticas, sociales, religiosas y culturales, se inventó la revista «Espadaña» de poesía y crítica, fundamental para el restablecimiento y comprensión de la poesía española posterior a la guerra civil. Estoy coordinando uno de sus últimos libros: «Ante el espejo», que abarca el León de alma retranqueada desde 1940 a 1960. Ahí vemos al Crémer empecinado. Al que ha publicado lo indecible. Al hombre azotado por vientos alevosos que le doblegan como a los juncos, pero que nunca lograron quebrarle. Es la gloria de los acuciados. Crémer no ha creado su obra muy deprisa, sino que estaba y está muy lleno. Su presencia en la prensa y radio ha sido decisiva. Desde su «Asterisco» logró, como Heliófelo en «El Sol», la máxima influencia, lo mismo que en «Luces de la ciudad» su voz era la más esperada y escuchada de las ondas. Estoy muy curtido en las síntesis. Pero me resulta imposible condensar cien años en los que afloran con pasión una vocación entrañadamente poética. Su voz y su obra delantan ese talante inconfundible y personal, tanto a nivel formal como de contenido. Mañana cumple 100 años. Enhorabuena, maestro. Y larga vida. Me permito la licencia de recitar sus versos del 91: «¿A dónde enterrar el corazón o a qué fuego/ someterle? ¡Huir, huir del ser que tengo/ colgado de los huesos del alma! Ya nada espero. La carne es triste y duele el corazón del viejo./ Ya leí todos los libros ¿Qué fue de tanto amor?/ Cierro».

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