Diario de León

LA VIDRIERA

Libertad y seguridad

Publicado por
ANXO GUERREIRO
León

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LA DETENCIÓN en Ceuta de una célula salafista, ligada a los grupos islámicos responsables de los atentados de Casablanca y Madrid, pone de nuevo de relieve la importancia que una adecuada política hacia las comunidades de inmigrantes musulmanes tiene para la lucha contra el terrorismo. En Europa viven actualmente entre quince y veinte millones de musulmanes de origen inmigrante. Son ya un número considerable. Sin embargo, teniendo en cuenta las futuras migraciones, sus altas tasas relativas de natalidad y la perspectiva de ampliación de la Unión Europea a los Balcanes y quizá a Turquía, será cada vez mayor el número de ciudadanos de la UE que profesen la fe islámica. La mayoría serán jóvenes; demasiados de ellos serán pobres, con bajo nivel de estudios, parados y desarraigados. Es decir, se darán -se dan ya- todos los factores de riesgo para que algunos sucumban al extremismo político o religioso. Entre la miseria, el desarraigo y el sentimiento victimista, exacerbado por las terribles historias de Palestina, Irak, Afganistán o Chechenia, los terroristas crecen como plantas venenosas en un terreno abonado por defoliantes. Naturalmente, tratar de comprender y explicar las circunstancias que dan oxígeno al terrorismo integrista, no equivale a justificarlo. Pero desligar este fenómeno de sus raíces sociales, políticas e históricas equivale a renunciar a la construcción de una estrategia capaz de derrotarlo. Así las cosas, es urgente que nuestros Gobiernos respondan con claridad a algunos interrogantes. ¿Estamos dispuestos a sacarle el agua al pez, es decir, a arrebatar a los terroristas toda fuente de legitimidad? Si es así, debemos tomar conciencia de que una política antiterrorista adecuada, además de perseguir sin tregua a las organizaciones criminales, debe tender a dejar sin coartada a los fanáticos, aislándolos tanto en sus países de origen como entre las comunidades de inmigrantes en Europa. ¿Seguiremos marginando socialmente a los musulmanes europeos, y cometeremos el grave error de obligarles a optar entre la religión de sus padres y su condición de europeos? ¿Continuaremos respaldando a EE.UU. para que, como hicieron Francia y el Reino Unido en 1920 configure el nuevo mapa de Oriente Medio conforme a sus intereses? ¿Estamos decididos a perseguir el terrorismo en lugares como el sistema financiero, en los circuitos oscuros del dinero, en las alcantarillas de la globalización que los integristas aprovechan para poner en circulación sumas astronómicas con las que compran armas, reclutan asesinos y financian actividades religiosas propicias al desarrollo del fanatismo? Esperamos respuestas. Pero lo único que los demócratas de cualquier latitud no podemos admitir es ese falso e interesado dilema que enfrenta seguridad con libertad.

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