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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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PUESTO que el mundo es un escenario poblado de actores mediocres e ingredientes vulgares, y no hay más que ver los telediarios para comprobar el mercado de ideas en que nos manejamos, la publicidad ha alcanzado tal lugar de preeminencia que hace «tic» y nosotros hacemos «tac». La cartografía de la globalización triunfante reconoce por encima de todas las cosas el derecho al consumismo individualista, según una psicología de hipermercado convenientemente difundida por esa omnipresente televisión a cuya sombra crecemos, sentimos y, desde luego, compramos. Los mensajes publicitarios, en fin, acabarán por hacernos creer que la dieta ideal que debemos pobner enj práctica es a base de diamantes y champán. Sin embargo, la Unión Europea está a punto de aprobar un nuevo reglamento de control sobre la catarata de publicidad engañosa que nos meten a diario por los ojos, referida especialmente al delicado mundo de la alimentación. Siempre quieres lo que no tienes y por ello, naturalmente, calan hondo los mensajes de productos que ayudan a mejorar las defensas, regulan el nivel de colesterol o promocionan bimbollos tan milagrosos que, tomados a la hora del desayuno, ponen al niño como una moto para el resto de la jornada. Distintos estudios científicos han dejado en harapos la credibilidad de semejantes prodigios, pegando un tirón de orejas a gran parte del mercado común promocional. Así que de cara al futuro inmediato, la publicidad de los alimentos deberá pasar un test de realidad para que no nos vendan, y nunca mejor dicho, gato por liebre.