Cerrar
Publicado por
JOSÉ LUIS SUÁREZ PASTOR
León

Creado:

Actualizado:

EL PROCEDIMIENTO político estándar que regula la vida interna de los partidos es la corrupción máxima entre tramas, porfías, peloteras, altercados, bochinches y al final trifulcas y reyertas que es cuando aparecen los destellos y brillos del hierro, del filo acerado de la navaja. En los partidos políticos se acuchilla de frente, de costado y por la espalda. No existe más divisa que la confabulación para el asalto a la Caja Pública. ¿Exageración? Ya. Pertenezco al Partido Popular y estoy en condiciones de dictar un master en dichas artes. ¿Ocurre lo mismo en el resto de partidos? Sólo hay que leer la prensa. La guerra de trincheras dentro de los partidos, sin excepciones, es de una sinrazón estremecedora y de una violencia soterrada sin par. Todo vale. Cuesta imaginar los devaneos que ha necesitado el PSOE de la ciudad de León para imponer sin primarias a un tal Francisco Fernández, recuerdan, candidato a la Alcaldía, sobre cuya cualificación intelectual se burlan -a cara de perro por cierto- sus propios compañeros, una persona sobre el que pesa la acusación de privar de 22.000 millones de las antiguas pesetas al Ayuntamiento de León. Como siempre, aquí no pasa nada hasta que pasa. La reciente historia política de España, ya es triste, se hace en los juzgados. ¿Y los militantes de los partidos? Pues los militantes como los electores somos rehenes dentro de unos estatutos partidarios que están prediseñados para el mangoneo y la extorsión. En la práctica, los jefes de los partidos, los jefes locales, provinciales y suma y sigue, no tienen más mérito que tener la flema y la encarnadura para aguantar carros y carretas, humillaciones y otros desvaríos, donde prosperan los sistemas de cooptación, la acumulación de poder, la opacidad y el siniestrismo. Los sistemas de selección negativa regulan la vida de los partidos, sistemas que alimentan las listas de candidatos que los españoles finalmente votamos para gobernar nuestras instituciones. Con los asuntos públicos, con el bien común, los españoles hemos hecho un pésimo negocio. Somos rehenes de las burocracias partidarias, les servimos, cuando debiera ser, exactamente, todo lo contrario. En los partidos políticos no se debate por las ideas, lo que sería comprensible, se debate por el control de la maquinaria burocrática del Partido, la maquinaria de asalto a los presupuestos públicos. Se anteponen los intereses personales y el afán de control a los intereses generales, a estas alturas, irrelevantes. El bien común es deudor de los apetitos personales. Para tal fin nadie duda en enarbolar las siglas del partido e invocar su defensa sagrada y llamar a todos a la lealtad máxima. Quebrar la lealtad al Partido, es decir, quebrar la lealtad a las personas que lo mangonean, es el mayor delito imaginable dentro de la vida partidaria. Es un delito de lesa patria. La democracia española falla en origen. Nuestros procedimientos no son buenos. La Ley de Partidos es muy tontorrona e inadecuada, de inspiración antigua, fundamentada en la creencia de que el centralismo democrático, la cooptación y la burocracia corporativa, características sustantivas del partido leninista revolucionario, es el sistema idóneo para organizar la participación política. Nuestra aberrante Ley Electoral, y decir aberrante no se compadece con los destrozos que ocasiona, contribuye sobremanera a perturbar la participación ciudadana en los asuntos públicos. Tampoco nos ayuda la presunción, presente en toda nuestra legislación, de la Constitución para abajo, de que la mayoría simple surgida de una asamblea legislativa es de mayor calidad que la mayoría absoluta surgida de un referéndum. Al final, lo que queda es que la soberanía no reside en el pueblo como dicta el artículo 1.2 de la Constitución Española. Qué tipo de transustanciación, de milagro, es necesario que se produzca para suponer que con sistemas de selección negativa dentro de los partidos se forman listas electorales y por lo tanto poderes legislativos y ejecutivos de calidad? No hay sacralidad en la política, su bonanza se alcanza con la razón, con procedimientos de calidad, el trabajo bien hecho y el acompañamiento a los ciudadanos. Lo que vale tanto para la vida municipal, comarcal, provincial, autonómica o nacional. Para la formación y defensa del bien común y de los intereses individuales, son de igual importancia las decisiones que toman mayorías cualificadas de representantes del pueblo como el propio pueblo, por sí mismo, en referéndum. Ambos pilares, la democracia representantiva y la democracia directa, son necesarios en sociedades abiertas, transparentes y libres, en sociedades evolucionadas y modernas. La infalibilidad es ajena a la política. Aciertan y se equivocan, por igual, el pueblo y sus representantes. Separarlos es lo que no tiene sentido y se comprende peor. Son aspectos que adquieren un espesor especial en el ámbito municipal. La administración municipal, que debiera ser la niña mimada, el objeto de los mayores desvelos por ser la administración más cerca del ciudadano, resulta ser, otra vez, al revés, la última de la fila, la tonta del nabo, la peor considerada, la más desasistida y la que los partidos menoscaban y desprecian, negando a los municipios con hechos ciertos, con leyes y decisiones, financiación y competencias. Los intereses inmediatos de los vecinos permanecen ocultos, desvaídos, en la madeja de las burocracias partidarias. Para los ayuntamientos, para los municipios, para la vida municipal, ni agua ni sal. Vamos para los 30 años de democracia en España, esta democracia de duermevela (11-M), y nada ha cambiado. La vida municipal para un municipalista convencido, es mi caso, se merece lo mejor de todos nosotros. La vida municipal se merece, por supuesto, los mejores partidos pero esos, desgraciadamente... La peor o mejor calidad de vida que poseemos, la que disfrutamos o sufrimos, lo hacemos en el municipio donde vivimos, donde vivimos la mayor parte de nuestra vida. El municipio es parte sustancial de nuestras vidas, es un axioma, y hay poco margen para la especulación.