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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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LO DE LAS RELIGIONES en los colegios está tomando ya tintes que a menudo rozan lo grotesco. Y generan situaciones que pueden resultar cualquier cosa, menos educativas. Cualquier norma o precaución, llevada al extremo, desemboca inexorablemente en la paranoia. Cómo interpretar si no el caso del colegio en el que la directora retiró el Belén que habían colocado los niños porque podía molestar a los críos de otras religiones. Mi tradición y formación cultural, religiosa, familiar y emocional está directamente relacionada con el Belén, y con la Navidad. Más allá de los condicionantes religiosos, me gustan las fechas y las tradiciones. No reniego de los encuentros entrañables, de los que disfruto y con los que padezco, como toda familia que se precie. Las luces navideñas, incluso las de la polémica, son endorfinas para mi ánimo. Sé un repertorio de villancicos aprendidos en la infancia digno de un completo cancionero. Me chiflan los adornos navideños y no me privo, lo siento, Bueno, no lo siento. Todo ello no hace, ni por el forro, que me resulte incómodo, mucho menos ofensivo, compartir la vida con quienes tienen otras culturas, otras tradiciones y otras formas de representarlas. Si a mi no me molesta la presencia del Corán, por poner un ejemplo, o de un buda, no entiendo por qué tiene que disgustar a otros la vista de una tradición profundamente arraigada en la sociedad en la que en la práctica habitan. Me parece además un enorme ejercicio de hipocresía. Rodeados por los consejos zen, la decoración feng-shui, los masajes shiatsu y los jardines japoneses, qué sentido tiene poner en un brete la cultura propia. Lo que ofende es la intolerancia, que cada vez está más in .

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