LA TORRE VIGÍA
Orden público
LAS ESTADÍSTICAS dicen que la criminalidad en España está estancada o a la baja, y que todavía disfrutamos de uno de los países en los que es posible hacer una vida social razonablemente libre, usando las calles y plazas sin mayores problemas, y considerando que nuestras casas constituyen un espacio de tranquilidad que raras veces resulta violado. Pero las estadísticas no incluyen las intuiciones del vecindario que, siendo consciente de que cada vez existen menos robos y atracos «de los de antes», considera que el deterioro de nuestra seguridad es alarmante. La razón de esta contradicción no está en la cantidad de incidentes denunciados que manejan la policía y los fiscales, sino en la terrorífica novedad de unos crímenes que nunca se habían visto por aquí, y que, habiendo crecido al socaire de la nueva estructura social generada por la riqueza y la inmigración, todavía no están analizados, y menos aún controlados, en términos satisfactorios. La evidencia de un discurso correcto que impide poner el dedo en la yaga de los problemas, agrava este estado de cosas. Y el irresuelto desajuste entre la policía y la Guardia Civil, que siguen compitiendo entre sí, deja una parte importante del territorio -en aldeas del rural o en las pequeñas villas-muy desprotegido. Los tironeros, los carteristas y los que andaban por los chalets robando vídeos y bebiendo cervezas, han cedido el paso a bandas especializadas en secuestros exprés, en asaltos armados a viviendas y empresas, en robo de coches de lujo que son sustraídos en los garajes o asaltados en plena circulación, y a redes criminales organizadas que se discuten a tiros el control de la droga, de la prostitución, de los limosneros, de los tugurios de diversa índole y del blanqueo de dinero a gran escala. Metidos como andamos en las trifulcas políticas, en las que sólo interesa hablar del terrorismo, pocas veces asistimos a debates razonables sobre esta plaga que amenaza con cambiar nuestro estilo de vida y con meter la gangrena criminal en las estructuras de la democracia. El Partido Popular, con su vídeo mendaz e histriónico sobre la inseguridad ciudadana, acaba de malgastar un tema que debería dar mucho de sí. Y hasta Alfredo Pérez Rubalcaba, que sigue siendo una de las mentes más lúcidas de España, le está cogiendo el gusto a la estadística que le otorga la victoria más pírrica del ámbito político, al concluir, por los pelos, que con el Partido Popular no estábamos mejor. La situación todavía es soportable, pero tiene visos de un evidente descontrol. Y no deberíamos olvidar que estás batallas sólo se ganan mientras se tejen y establecen las redes del crimen. Porque después -la experiencia lo dice- son prácticamente invencibles.