Diario de León
Publicado por
Francisco Carantoña Álvarez
León

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NO ES FÁCIL que un primer ministro de un Estado democrático que lleve poco más de dos años al frente de su país reciba censuras tan violentas como las que sufre el actual Presidente del Gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero ha desatado las iras de la oposición y de una derecha mediática que, tanto en informaciones/editorial, algunos medios de comunicación recuerdan cada vez más a los viejos periódicos militantes en los que todo era opinión, como en artículos firmados, anuncian catástrofes sin fin derivadas de su gestión. No parece, de todas formas, que la ofensiva conservadora tengo eco más que en un sector de la sociedad, importante pero minoritario, ya previamente muy ideologizado. A pesar de las constantes manifestaciones callejeras, que comenzaron con las campañas contra la reforma educativa y el matrimonio homosexual, siguieron con la defensa de la unidad de España y continúan con las que pretenden evitar cualquier contacto con ETA, el clima de crispación, afortunadamente, no ha salido de las tertulias radiofónicas y las redacciones de los periódicos. Si se pudiese hablar de dos Españas, parece que habría que distinguir una político-mediática y otra que observa con una indiferencia creciente, cuando lo hace, el espectáculo teatral que organiza la primera. Bastante de teatral tiene; desde luego, una oposición política que primero considera que los fundamentos de la sociedad están amenazados por el matrimonio homosexual y después lo utiliza para casar a sus militantes con la bendición, además, de sus principales dirigentes. No creo que nadie dude ya que era un tanto exagerada la amenaza de inminente desaparición de España si era debatido en las Cortes el llamado plan Ibarretxe o se aprobaba el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. Funcionaron las instituciones democráticas, el primero fue rechazado y al segundo, reformado por el Parlamento, todavía le queda la revisión del Tribunal Constitucional, que para eso está. Ni la Constitución ha sido modificada de tapadillo, ni el Estado ha desaparecido. Ahora nos encontramos como principales caballos de batalla con la permanente ofensiva ideológica contra el «laicismo» del Gobierno y con el rechazo al llamado «proceso de paz», aunque continúe con el telón de fondo el extravagante culebrón sobre el 11-M que alimentan los dos medios de comunicación más radicales y menos escrupulosos en la lucha contra Zapatero, acompañados por el sector más duro del Partido Popular. No voy a entrar en ese último asunto, que resultaría ridículo de no producir indignación que se juegue de forma tan desvergonzada con un acontecimiento tan trágico, pero sí en los otros dos. Realmente, a José Luis Rodríguez Zapatero se le ha atacado desde el primer momento por algo que debería ser motivo de elogio: intentar cumplir con lo prometido en su programa electoral. Por hacerlo se le ha querido presentar como un radical revanchista que olvidaba el consenso establecido en la Transición. Ciertamente, si observamos lo que realmente ha sucedido, parece que no hay muchas razones que permitan argumentarlo. No sólo porque el matrimonio homosexual no supuso ningún ataque contra el heterosexual, que continúa, religioso o civil, igual que antes, y está siendo establecido en un número creciente de países sin que se organicen tremolinas como la que aquí hemos sufrido. La reforma de la enseñanza privada ha sido pactada con el sector menos radical de la enseñanza privada y de la Iglesia Católica, lo que la ha convertido en algo tan moderado que la aleja de una verdadera separación entre la Iglesia y el Estado y, en todo caso, debería disgustar sobre todo a quienes deseamos un Estado laico y por ello auténticamente liberal, en el buen y original sentido del término, y democrático. Se ha pactado un nuevo sistema de financiación de la Iglesia Católica que parece satisfacerla y sigue sin exigirle que se autofinancie. ¿Dónde está el laicismo? Creo que el problema estriba en que el gobierno conservador de los ocho años anteriores había creado expectativas de recuperación de un cierto nacionalcatolicismo, que se vieron frustradas por la victoria socialista. No se trata de que la religión Católica vea amenazada su libertad por una supuesta ofensiva laicista, sino de que la Iglesia ya no puede amenazar la libertad de los demás imponiendo sus convicciones. Del mismo modo resultan excesivas las críticas a la «alianza de civilizaciones», que no es más que un intento de recomponer las relaciones entre el mundo occidental y los países musulmanes, profundamente deterioradas por el conflicto árabe-israelí y la invasión de Irak por Estados Unidos y sus aliados. Si hay algo peligroso es el intento de identificar a Europa ¡o a la democracia! con la religión cristiana. Lo que necesita Turquía es a Voltaire, no a los asesinos de Jean Calas o a Pío IX. Al igual que la libertad y la democracia en el continente europeo deben mucho más a los perseguidos por el fanatismo religioso que a la Inquisición. El camino de la libertad lo mostraron Galileo, Giordano Bruno, Servet, Voltaire, Jefferson, Garibaldi, incluso eclesiásticos que rompieron con la ortodoxia, pienso que Muñoz Torrero o Martínez Marnia, por volver a nuestro país, pero no las iglesias. ¿Y el proceso de paz? Todavía no sé cuál ha sido la concesión, la «entrega» que se ha realizado a ETA ¿qué argumentos permiten hablar de «rendición» ante la organización terrorista? Especialmente después de las últimas detenciones realizadas por parte de la policía francesa en colaboración con la española. Resulta grotesco que quien intentó lo mismo hace pocos años descalifique como inmoral que se planteen contactos con ETA y se pretenda reintegrar a la izquierda abertzale en la vida democrática si rechaza la violencia como instrumento de acción política. Es cierto que puede realizarse una crítica razonable a esta estrategia, pero se trata de una crítica de índole política, no ética, fundamentada en que ETA estaba en una situación extremadamente difícil a causa de su irreversible aislamiento internacional y de la ilegalización de Batasuna, lo que la condenaría a un fin próximo. De todas formas, pienso que se trata de un planteamiento simplista. ETA y el nacionalismo radical vasco no son ni el GRAPO, ni las Brigadas Rojas, ni la Baden-Meinhof. No se puede olvidar que HB nunca sacó menos del 10% de los votos en unas elecciones en Euzkadi y lo normal es que obtuviese entre el 14 y el 18. La organización y el apoyo social de los radicales vascos es muy superior al que tienen los nacionalistas corsos y el Estado francés no ha podido erradicar la violencia en la isla mediterránea. Es difícil saber si la vía exclusivamente represiva conduciría realmente al fin de ETA, pero creo que lo dilataría muchos años. La otra puede fracasar, pero si tuviera éxito supondría ahorrar vidas y acabar con un problema que ha obstaculizado la plena normalización de la democracia. En cualquier caso, repito que no merece una condena moral y sí debería contar con el apoyo político, al menos con la lealtad, de la oposición. Después de todas estas consideraciones queda una pregunta sin respuesta ¿Cuál fue el error de Zapatero? ¿Qué es lo que justifica la descalificación permanente de su persona y su política? ¿Qué explica que existan tantos interesados en tensar o crispar la vida política? Creo que su gran error, como insinué antes, fue ganar las elecciones. No sólo la Iglesia Católica se había hecho ilusiones de un retorno permanente a la «normalidad» conservadora que siempre había conocido España. Por eso la tormenta sólo amainará si pierde las próximas... o quizá si las gana con la suficiente holgura. 1397124194

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