Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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PUESTO que a unos les gusta el chocolate y a otros la vainilla, existen opiniones de todo signo sobre la historia sentimental y anticuada de la Navidad. Los reacios al espíritu del polvorón tratan de ignorar el cacareo festivo y esconden la cabeza hasta que todo pasa y la sensatez queda restablecida por decreto con la penosa cuesta de enero. La gran mayoría, sin embargo, se endominga en las fechas finales del año, afectada por un nudo de sentimiento que se remonta en buena medida a la catequesis de la infancia. Aquel tiempo en el que aún nevaba, ilustrado en el aspecto intelectual por las novelitas de Enid Blyton y en el gastronómico por turrones de formas y colores tan vistosos como los propios regalos navideños. Y aquí llega el auténtico quid de la cuestión, pues los buenos sacerdotes no se cansan últimamente de alertarnos sobre el cataclismo espiritual que se da en la Navidad, cuando un mundo en pleno naufragio espiritual deja de lado las facetas religiosas del evento para centrarse en el trueque de presentes. El calendario ritual no tendría sentido sin esos belenes públicos que narran las batallitas bíblicas de forma pintoresca y costumbrista. Me gusta el inaugurado en la plaza de San Isidoro, pues aparte de las honestas reflexiones que provoca en el espectador, una de las ovejas es clavadita a una vecina mía. Tampoco debe estar mal el belén de alto voltaje instalado en Bolonia, en el que aparece la figurita de la actriz porno Moana Pozzi. El menú de opciones tiene que dar cabida a todas las sensibilidades, ya que lo realmente importante es vivir y dejar vivir.

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