PANORAMA
Castro: «Ay, mi niño»
APARECIÓ en la televisión el doctor José Luis García Sabrido, jefe de cirugía general del hospital Gregorio Marañón de Madrid, que examinó recientemente a Fidel Castro en La Habana, y declaró que el presidente cubano no padece cáncer y que se está recuperando. Y afirmó que no hay que descartar que vuelva al poder. Como la televisión es, sobre todo, velocidad supersónica, sin tiempo para asimilar estas declaraciones del doctor -y «you are an excellent doctor» («usted es un médico excelente») es la primera frase de El nuevo inglés sin esfuerzo , del método Assimil-, vemos en la playa canaria de Maspalomas un grupo de personas en torno a un cadáver. El cuerpo sin vida es el de un hombre identificado como J.S.G.Q., de 30 años. Este ciudadano asestó presuntamente 16 puñaladas a su pareja en presencia de los hijos de ambos, de 10 y 9 años. Las heridas en tronco y extremidades fueron superficiales y la vida de la mujer, ingresada en un centro hospitalario, no corre peligro. La noticia televisiva nos ofrece la llegada de la madre al lugar donde yace su hijo muerto y se oyen estas lastimeras palabras: «Ay, mi niño». ¿Qué podemos sentir ante esta escena? En primer lugar, compasión por la madre. Si es terrorífico ver muertos a los padres ¿qué tiene que ser ver muerto a un hijo? Y también por el muerto: ¿qué se puede sentir si no piedad? Ha muerto y, con la muerte, ha pagado su presunta agresión. Pero también al instante la mente vuela al cuerpo herido de esa mujer y aquí ya se siente, junto con la piedad por ella, la indignación contra el agresor por muy muerto que pueda estar. El «ay, mi niño» de esta madre, al cruzarse con la noticia sobre la enfermedad de Fidel Castro, creó un efecto tragicómico. Fidel Castro es un tirano cuyos crímenes tienen bula. Castro le cae simpático incluso a un político tan conservador como Fraga Iribarne. Castro es, sí, un tirano. Pero incluso algunos que condenamos sus crímenes quizá podríamos decirle: «Ay, mi niñito gallego». Castro y Julio César son dos dictadores que caen simpáticos. Aunque, por supuesto, a Castro no parece que lo amen mucho los cubanos de Miami.