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PEDRO ARIAS VEIRA
León

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TODOS nos sentimos buenos; los malos, o en el mejor de los casos, los equivocados, son los demás. Aunque las limitaciones del buenismo aparecen ante los malos de verdad, los dotados de poder para hacer el mal. Dos cuestiones, como el de la guerra de Irak y la actitud ante ETA, ejemplifican sus dilemas. Irak estuvo durante 24 años bajo el despotismo de Sadam Hussein; en los que sus crímenes apenas tuvieron eco entre nosotros; era una dictadura más. La decisión de 40 países de establecer una democracia, -como se intenta en Afganistán-, en la estrategia contra el terror, fue recibida con malestar porque la muerte y el dolor se hacían visibles. Aunque a pesar del horror había esperanza; el pueblo Irakí votó tres veces, pero nuestros medios televisivos solo recogieron con tenacidad documental los atentados terroristas y los excesos de las fuerzas aliadas. Al parecer no había antidemócratas, ni reaccionarios, ni nostálgicos de la dictadura, ni violentos de oscura financiación. Nadie informaba sobre la maldad terrorista. Ahora han ejecutado a Sadam Hussein tras un proceso jurídico con limitaciones, pero mucho más abierto que el recibido por sus víctimas. Lo han hecho como acto de guerra, para descabezar un posible liderazgo de los que quieren la vuelta al despotismo. Nosotros, constitucionalistas contrarios a la pena de muerte, preferiríamos que no fuera necesario; muchos culparán al gobierno irakí, representativo pero insuficientemente civilizado; cuando no a sus aliados. Pero se carece de alternativas pacíficas ante los terroristas. Como en el caso de ETA. El sentido común dicta que ni se rendirán, ni pedirán perdón a las víctimas, y que no dejarán las armas hasta conseguir sus objetivos políticos. Eso obliga a responder con la violencia legítima, que en democracia es monopolio del Estado. Pero se prefiere el diálogo formal, como si los terroristas fuesen ingenuos equivocados a llevar, con talante pedagógico, por la vía de la razón. Y ETA, que conoce el Talón de Aquiles del buenismo, agita, escenifica electoralmente, se desdobla en frente duro y blando, y para demostrar fuerza y determinación exhibe su poder explosivo en la modernidad emblemática del Estado, en la terminal del aeropuerto de la capital constitucional de España. Se dirá que no hemos sido lo suficientemente buenos, o que no lo ha sido la oposición al gobierno, que no ayudó lo suficiente. Se olvida que, desde Hobbes, el mal se combate con la fuerza de la ley y la razón, en primera instancia; y con la de las fuerzas de seguridad y fuerzas armadas, en última instancia. Es enseñanza histórica universal. No hay otra defensa de la bondad de los derechos humanos ante la maldad organizada e implacable. Nunca podremos ser los buenos que quisiéramos ser; salvo que asumamos la mansa condición de víctimas inanes.

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