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RAMÓN IRIGOYEN
León

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SE CELEBRÓ recientemente el I Congreso para Racionalizar los Horarios españoles. Aquí predomina la idea de fichar y de dar la falsa impresión de que se está trabajando frente a la racionalidad de trabajar el mínimo tiempo posible con el máximo rendimiento. Esta mala gestión del tiempo se padece en la oficina y es también muy frecuente en la administración del tiempo invertido en los trabajos domésticos no remunerados. Y alegra ver que en este Congreso se ha apelado a la racionalización cuando está demostrado que, en el terreno de la razón, nuestra historia nos aporta cuotas muy bajas en ciencia, filosofía, crítica artística y no hablemos de libros de texto que todavía, en no pocas ocasiones, son auténticos delitos irracionales que deberían denunciarse. Hasta tal punto nos llevamos los españoles mal con la razón que incluso los economistas, esas criaturas especializadas en aplicar el cálculo a la vida doméstica y a la vida pública, cuando se topan de verdad con la razón -que ellos incluso designan con su nombre latino: ratio- no le aciertan ni el género gramatical. Consulto la voz ratio en el Diccionario de economía, de Ramón Tamales y, tras informarnos de que «sirve para expresar la relación cuantificada entre dos fenómenos», pasa a anunciarnos que «los ratios son muy empleados en contabilidad». Nuestros economistas dicen el ratio, usando el artículo masculino, cuando es una palabra latina del género femenino. En el Congreso los especialistas han dejado claro que nuestros horarios laborales son, literalmente, un desastre. En esta evaluación tan negativa han coincidido desde ministros, futbolistas y frailes, hasta el astronauta Pedro Duque. España está en la Unión Europea a la cabeza en horas de trabajo y a la cola de colibrí en productividad. Eso se llama talento.

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