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Publicado por
RAMÓN PERNAS
León

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UN POCO alicaídos y tristes, apesadumbrados y un poco decepcionados. Con la sensación cierta de que están perdiendo prestigio y que el gordo de rojo sigue imparable en su escalada por balcones y tejados sorteando chimeneas la noche anterior a la Navidad. Gana el imperio y sus costumbres, pierde la tradición. El gordo de los renos ha repartido casi un 60% de los regalos previstos para estas fiestas. Los Reyes están siendo desalojados de las ciudades y exiliados a repartir juguetes a los niños del mundo rural, a los chavales de las aldeas. Y argumentan los padres que esta es la mejor fórmula, así los niños tienen más días para utilizar sus juguetes durante las vacaciones escolares. Como si las consolas no se utilizaran todo el año, o hubiese que guardar las muñecas el primer día de colegio. ¿Cuándo jugaban los padres de hoy cuando ayer eran niños? He leído que una mayoría de rapaces han escuchado cómo los Reyes llegaban a sus casas. Mis hijos los oyeron todas las noches de Reyes de su infancia, por eso nunca ha de faltar en sus zapatos virtuales el óbolo de gratitud que Melchor, Gaspar y Baltasar dejan para ellos cada noche del 5 de enero. Yo mismo he visto cómo una estrella refulgía en el mapa del cielo guiando a los Magos. La busco en el decorado de la noche y pienso en la belleza de la historia de los tres astrónomos zoroastristas que buscaron a Jesús y lo encontraron. No le sucedió lo mismo al cuarto rey, Artabán, que llegó a Jerusalén cuando Jesús expiraba en el Gólgota y ya no le quedaba ninguna de las joyas, que había destinado a socorrer a menesterosos que encontró en su camino. Dicen crónicas antiguas que el Señor sonrió al cuarto rey antes de morir. Se van los Reyes, nuestros Magos, como se van los días felices de la infancia. Se van a habitar los recuerdos más dulces, al paraíso fértil de los sueños, se van a la gaveta donde se guarda toda nuestra memoria de hombres. Y cuando se reivindican amigos invisibles para jugar a la charada de los regalos sorpresa, nuestros mejores amigos visibles, sus altezas de Oriente, desandan tristes su camino de estrellas. Volverán con la próxima Epifanía, intacto el fardo de la ilusión, dejaremos para ellos dulces de Navidad y unas copas para que las beban sus ayudantes sin olvidarnos de paja y agua para los camellos. Quizás ellos, obstinados como son, no quieran olvidarnos. Nosotros, desagradecidos patológicos, igual pasamos de ellos y dentro de unos años sólo sobreviva el roscón que vagamente nos recuerde a sus majestades orientales. Yo como siempre he creído en ellos, y han sido generosos en obsequios, seguiré como hasta ahora aguardándolos en su noche mágica. Continuaré año tras año.

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