Asco

A VECES este país da asco. Un día sale el gobierno encantado de haberse conocido y en unas pocas horas unos cientos de kilos de explosivos le hielan la satisfacción y le deja claro que ha perdido una gran ocasión de permanecer callado. Asistimos estupefactos a una actuación de esos héroes que por la noble causa de una supuesta patria no dudan en sembrar cadáveres de poderosos enemigos de la causa: dos trabajadores inmigrantes cuya muerte lleva un poco más de dolor a uno de los lugares más miserables de la Tierra. Y a partir de ahí, todo contribuye al asco. Las manifestaciones de condena se convierten en un termómetro del clima de guerra civilismo que viven amplios sectores del país frente a la indiferencia asqueada de la mayoría. Las víctimas del terrorismo, que merecen obligatoriamente nuestro más profundo respeto y la más sincera solidaridad, se colocan en disparatadas posiciones similares a las que, según su visión, protagonizó en horas de dolor hace casi tres años su criticado presidente de gobierno. La lucha mediática sale de la pura competencia económica (la «pela»; no se engañen, de eso se trata) para envenenar la sangre de los ciudadanos empleando al máximo la cínica norma de «no dejes que la verdad te estropee una buena noticia». El entorno de Batasuna sigue sin tener el valor suficiente para dar el paso definitivo: convertirse en una opción política y dejar de ser una secta pendiente de las órdenes de los santones encapuchados. Y en medio de todo, esa envidiable clarividencia que exhiben lúcidos -perdón, quise decir lucidos- analistas de la cosa sobre el pasado, el presente y el futuro pluscuamperfecto. A los que no tenemos ningún talento para la certeza, todo esto nos da asco.