TRIBUNA
Grupos de investigación, Universidad y excelencia
La Junta de Castilla y León publicó el pasado octubre los requisitos por los que los grupos de investigación de esta comunidad pueden optar al reconocimiento de Grupo de Investigación de Excelencia. Aunque dicha denominación será sin duda un reconocimiento para grupos de excelentes investigadores que hayan conseguido establecer un equipo en los que prime una buena colaboración, e incluso una sana competencia, la realidad es que estos casos son la excepción en la universidad. Los grupos de investigación en la universidad oscilan entre dos modelos organizativos. Por un lado están los pequeños grupos formados por uno o dos profesores y sus correspondientes becarios, si los hay, y por otro lado los grupos formados alrededor de un profesor, normalmente catedrático, bajo cuya influencia se agrupan otros profesores y becarios, a menudo seleccionados mediante mecanismos más relacionados con la endogamia que con la excelencia científica. Lo que es raro encontrar son grupos formados por varios profesores de la misma área de conocimiento que colaboren conjuntamente en el establecimiento de estrategias científicas y coordinen o discutan creativamente sus temas de investigación. En general, las relaciones entre los investigadores de un mismo departamento o área se parecen más a familias mal avenidas que a los grupos de investigación que busca reconocer la propuesta. La razón parece encontrarse en lo más profundo de nuestro carácter: los españoles no hemos sido educados para trabajar en grupo, sólo somos eficaces como individualidades o como abnegados trabajadores a las órdenes de un superior. Hay una escasa capacidad para escuchar, consensuar, o para calmar la vanidad aceptando decisiones ajenas. No pensamos en los beneficios del grupo sino en el inmediato propio. El concepto de grupo es por tanto difícil de definir en la universidad. Tal vez lo que debiera premiarse fuese la capacidad de ciertos grupos para mantenerse como tales a lo largo del tiempo, reconociéndolos como grupos consolidados de investigación, figura ya existente en otras Comunidades. Sin embargo, tampoco puede confundirse un grupo consolidado, algo como digo ya de por si encomiable en nuestra individualista universidad, con la excelencia científica del mismo. Hay grupos que llevan trabajando lustros en temas caducos o con escasa contribución al desarrollo del conocimiento. Pero sin duda el requisito que más llama la atención en la propuesta es que un grupo de excelencia, además de estar formado por un mínimo de 6 doctores, el director del mismo deba tener, al menos, tres complementos de productividad investigadora, es decir, al menos 18 años de reconocimiento nacional de su actividad investigadora, requisito que en las universidades de nuestra Comunidad, salvo excepciones, sólo cumplirán algunos catedráticos. El resultado es que, en previsión de posibles ventajas de esta convocatoria para financiación, selección de becarios, etcétera, no dudamos en unirnos con quien haga falta aunque no hayamos publicado nada o muy poco en conjunto, en buscar doctores para cubrir el número mínimo, o en asociarnos a catedráticos que cumplan el requisito. Imagino que puede haber casos en los que un grupo de investigación puede ser de excelencia aunque no tenga actualmente 6 doctores, y otros en los que el mejor investigador no sea el catedrático, ¿por qué no puede ser el director aquel investigador con mayor valía, o mejor, decidir el grupo quien le representa como director? La excelencia científica de un investigador es relativamente fácil de comprobar, sólo hay que utilizar los recursos electrónicos especializados para ver quien hace excelencia, pero no así la de un grupo, al menos no sin que aparezcan agravios comparativos. Suponer que la excelencia de un grupo depende de la excelencia de su director no es realista en el ámbito universitario. Incluir al catedrático o superior jerárquico en las publicaciones, aunque no haya contribuido ni a su financiación, suele ser condición necesaria, aunque no suficiente, para poder acceder a una plaza de profesor titular (antes de la LOU) o contratado (después). Los sexenios del superior jerárquico son con frecuencia la moneda de cambio por la que los investigadores más jóvenes consiguen, o mantienen, su puesto de trabajo. Sin embargo, como ya reflejaron Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez en su libro Educación superior y futuro de España, nuestro sistema jerárquico-endogámico es negativo en términos de producción científica. Esta forma de actuar sólo selecciona individuos dóciles, con poca capacidad crítica, fáciles de manipular y con relativa capacidad para tomar decisiones si estas no son consentidas por el superior correspondiente. Dicho sistema no favorece la sana competencia, ni procura la selección de las mentes más brillantes. La mentalidad jerárquico-endogámica es una de las razones por las que la universidad no puede alcanzar un mayor nivel de calidad científica. Estudios en otras comunidades han observado que solo uno de cada seis grupos publica o tiene proyectos, que hay muy baja colaboración, y que la media es de 2,5 miembros por grupo, no hay por tanto una dimensión suficiente para generar resultados competitivos. La Junta de Castilla y León debería conocer y divulgar la realidad de sus universidades y espolearlas para acercarse al verdadero modelo competitivo que demanda Europa, premiando la formación de grupos y la colaboración entre los mismos, y sobre todo asegurando que la calidad investigadora de las mismas se vea cada vez más libre de los vicios que todavía la dominan. Mi opinión es que esta propuesta, aunque lo pretende, no favorece dicho cambio sino que lo retrasa, ayudando a mantener el régimen. feudal aún presente en la universidad. 1397124194