Ana María

DIRÁS, Ana María, que somos unos pueblerinos, o provincianos, o paletos... pero en el fondo lo que somos, Ana, es unos sentimentales: escribimos versos de amor con nuestras lágrimas. Medio país que te lloraba, que sufría triste y abatido tu odisea en Cancún. Medio país que te quería como tú nos quieres, tanto. Eres el ejemplo vivo de esta sociedad mercantil: tanto tienes, tanto vales. Eres paradigma. Pero no eres víctima. Eres una más que se arrima al árbol de la fama, porque la fama cuesta, como decían en la serie aquella. Tus senos en el Interviú son los senos de este país: una vez más en pelotas. Qué gran retrato nos han hecho de nuevo: la gallega secuestrada y reconciliada con el mundo a través del papel cuché. El debate está en la calle. Unos dicen que sí, que haces bien, que por qué no vas a ganar una pasta. Y otros decimos que te vuelvas a Cancún, a ver si esta vez tienes mala suerte y pasas unas vacaciones tranquilas como las de todo el mundo. Eres, repito, el paradigma de estos nuevos tiempos: todo por la pasta. A mí me duele, pero no demasiado, uno ya imaginaba que llegarías a donde has llegado: a la cima más alta de la pobreza. La pobreza de espíritu, corazón. Porque el espíritu no tiene senos y, por lo tanto, nadie paga por enseñarlos. Y poco más. Sólo decirte que has dejado al país como el país no se merece: desnudo, huérfano, como una portada de revista. Nosotros siempre somos portada por lo mismo, para qué engañarnos. Por un buque que se hunde, una empresa que se va, unos incendios que nos queman, una inundación... o una chica enseñando la piel y los pezones. Claro que hay otras mujeres que no son como tú. Pero ellas, que lloraban, nunca serán portada de Interviú . Lo siento por ellas. Y por ti. Ya no podré escribirte versos.