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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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HACE unas décadas brotó de los jóvenes europeos un eslogan liberador: «que paren el mundo, que yo me bajo», y poco antes de nuestra guerra incivil un poeta confesaba en el madrileño café Gijón que «si no fuera por la fuerza de la gravedad, me tiraría de cabeza a las estrellas». Son frases que expresan un deseo de huida, de huida exquisita y no al buen tuntún, pero hay momentos, y hoy sería uno de ellos, en que la necesidad de poner distancia entre el espectáculo político y la salud mental es apremiante, y el desconsuelo de no poder satisfacer esa necesidad llega a ser angustioso. ¿Dónde podríamos ir para no escuchar los razonamientos falsarios de un alto porcentaje de políticos, que hilvanan silogismos irreductibles sobre asuntos tan importantes como la libertad, el fin de la violencia, la solidaridad con dos asesinados por ETA, la paz, la lucha antiterrorista, la vida...? Al margen de las modificaciones en los lemas de las dos manifestaciones que van a celebrarse hoy, en Madrid y en Bilbao, para que pudieran sumarse quienes disentían inicialmente de ellos, lo importante y lo que escandaliza a muchos ciudadanos, sin que pueda apreciarse aún su número, es la desfachatez o el descaro de muchos razonamientos. Los organizadores de la manifestación de Madrid son los dos sindicatos mayoritarios, UGT y CCOO, y los colectivos de ecuatorianos, que ayer introdujeron en su lema inicial la palabra libertad porque el PP se negaba a manifestarse si la libertad no aparecía. Y apareció, pero tampoco se manifestará el PP, porque no encuentra que la manifestación esté hecha a su medida y, además, porque Rajoy aclaraba finalmente la cuestión al decir en San Sebastián que «yo no tengo claro lo que pretenden los organizadores de las manifestaciones», como si los pobres ecuatorianos tuvieran intenciones escondidas o debieran proclamar lo que el líder «popular» les aconseja desde Donosti: negar toda negociación con ETA y vuelta del Gobierno al Pacto Antiterrorista. Bien es cierto que se han sumado a la manifestación de Madrid unos centenares de organizaciones, la Unión de Actores entre ellas, y varios intelectuales como los rectores Ángel Gabilondo, Gregorio Peces-Barba y Carlos Berzosa... pero de los intelectuales, y en circunstancias políticas como esta, no sólo se espera que participen en los movimientos ciudadanos que apoyan sino que, en cumplimiento de su oficio, diseccionen la argumentación de cada pronunciamiento político, o de cada actitud partidista, como si realizasen una autopsia a la lógica aparentemente enferma que asfixia estos días la vida pública. La labor de los intelectuales al servicio de la sociedad no es declinable, como no lo es la de los médicos, pues unos y otros están obligados a velar por la salud ciudadana y, en este caso, a evitar que la ciudadanía se vea contagiada por la incoherencia voluntaria de muchos políticos, que esgrimen un silogismo en «bárbara» asilvestrado haciendo creer que marca el único rumbo que debe seguir la patria. Hay derecho a la huida.