Diario de León
Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ÉSTE es un hombre machadianamente bueno que ha vivido toda la luz, la crueldad y la estupidez del siglo XX. Éste es un hombre grande y sabio que confiesa haber escrito cuentos y novelas, varios trabajos de erudición y un puñado de espléndidos libros de viajes para «cubrir zonas de mi ignorancia, coincidentes tal vez con las de algunos de mis posibles lectores». Este hombre es un incordio para los clasificadores del talento, una molestia para los especialistas generacionales, un accidente metodológico para la crítica especializada. Se llama Ramón Carnicer, nació en Villafranca del Bierzo hizo la pasada Nochebuena 94 años y vive en las calles altas de Barcelona junto a una mujer que vino de tierras más al norte. En su férrea integridad intelectual, Carnicer ha recurrido a la literatura como herramienta de conocimiento, como vehículo para su voraz curiosidad, ajeno a camarillas, escuelas y tendencias, presentando cuentas a sí mismo e inevitablemente chocando con el muro de la mediocridad mezquina construido por acumulación de adoquines. Cuando viajó por la Cabrera miserable de los sesenta no hizo más que contar lo que en aquella tierra olvidada encontró y los adoquines de la época le señalaron con el dedo torcido de la insidia. Hace años que Carnicer no viaja y esa es una de las razones que se argumentan para no ser incluido en el catálogo de escritores de Castilla y León que acaba de editar la Junta con presencias y ausencias inevitablemente discutibles. Reiterada e injustamente apartado de los premios oficiales, si el motivo para no contar con uno de los grandes nombres de las letras de la región es su nula colaboración con el espectáculo de la literatura, nada cabe objetar. Tal vez en estos tiempos la literatura sólo sea eso: un mal viaje hacia ninguna parte.

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