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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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HAY QUIENES opinan, y no les faltan argumentos, que no se debería haber llegado nunca a un debate como el del pasado lunes en el Congreso. Ya sabemos, efectivamente, quiénes son maestros en utilizar y en regocijarse de la división. Lo del lunes fue agria miel sobre hojuelas en esta vieja ceremonia de la confrontación. Pero algo sí quedó claro o es mejor que haya quedado claro. Es ese convencimiento de que hasta aquí hemos llegado. De que no conduce a nada este despilfarro de energías, esta insufrible monopolización del debate social, ni esta pertinaz y estéril logomaquia que nos lleva a que palabras como paz, unidad o libertad sean más dardos que plazas para el encuentro. De que hay que pasar de las palabras desgastadas e ininteligibles a la acción firme, clara y planificada. Pero esto no va a ser nada fácil. Ni el más optimista puede hoy atisbar indicios de ese cambio decidido de actitud que los ciudadanos, cada vez más asombrados del espectáculo, están reclamando. En el más difícil todavía de este circo deprimente habría que situar las palabras del líder de la oposición quien dijo ayer que para ser presidente del Gobierno «debería exigirse algo más que tener 18 años y ser español». Puede uno imaginar las carcajadas de los etarras al comprobar que la bomba de Barajas sigue expandiendo metralla a diestro y siniestro. De no modificarse de forma radical este esquema perverso, quienes van a administrar el devenir político, quienes van a «gobernar» este país y marcar su agenda, van a ser los terroristas y sus aliados ideológicos que ayer aparecían ante la absorta opinión pública como entes propicios a la reflexión: «Desde la izquierda aberzale muchos sectores nos han dicho con honestidad que mantener abierta esta línea de la respuesta resta credibilidad al alto el fuego» (Otegui dixit). El lector avisado comprende, sin duda, que esa «línea de la respuesta» de la que habla Otegui equivale a dos vidas rotas, dos familias humildes destrozadas y daños ingentes en un enclave que es signo de modernidad de este país que no merece lo que le está ocurriendo y que debe, de una vez por todas, trazar las líneas que no pueden sobrepasarse. Nuestra generación ya está resignada a convivir con esta peste pero nuestros hijos deberían quedar liberados de este lastre miserable. Es un grave error confundir la democracia con la tolerancia insensata. Democracia es justicia o no es democracia. No siempre se ha tenido claro este binomio y lo estamos pagando. ¿Que también hay que hablar? Pues claro, con el diablo si hace falta; pero a posteriori; una vez que quede claro quién es el dueño de la razón y quién no tiene otra opción que someterse. Es urgente una estrategia seria, sólida, bien visible, sin atisbo de ambigüedades: «todos y ellos». Quien quiera sumarse que se sume y el que quede fuera que cargue con su responsabilidad. Y, desde luego, hay que apechugar con el coste que conllevará esa estrategia. Ya sabemos con qué salvajes se juega esta partida, pero está claro que una nación de 44 millones de habitantes no puede permitirse el lujo de ver condicionado permanentemente el debate social y político, y menos su futuro, por un puñado de descerebrados que siguen pedaleando a la contra de la vida y de la historia.