Diario de León
León

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YA, ya, ya... La palabreja no aparece en el diccionario. Forma parte del acervo popular y, al menos en mi tierra, sirve para designar muy gráficamente a aquellas personas que se caracterizan por su habilidad como emprendedores, inventores o bautizadores de algo, y, también, por sus dotes para «meter en danzas» a la gente, para bien y para mal. Imprentores e imprentoras los había a patadas porque en aquellos tiempos la imaginación no sólo alimentaba el tiempo de ocio y las relaciones humanas, sino también la supervivencia, la propia existencia. En los Oteros, al comerciante que compraba la producción de las ponedoras de los corrales se le conocía como «el delegao de los huevos». Pues ya ven que Botas -tristemente famoso después por el asesinato de una criada que nunca reconoció- fue un adelantado a su tiempo. Hoy se presenta en Valencia de Don Juan la mayor granja de ponedoras de Europa. Pero imprentores, lo que se dice imprentores del siglo XXI son los promotores del dominio «.lli». Si ya fue artificioso el dilema entre «.leo» y «.lli» -fue una plataforma de lanzamiento de la segunda opción, posiblemente decidida de antemano- el espejismo de una lengua propia (y extraña a muchos leoneses, por cierto) que dibujan con sus argumentos entraña el riesgo del totum revolutum . De fabricar una lengua a partir de los restos de lo que un día se pudo hablar en una zona de León, pero no en muchas otras, sin tener en cuenta lo que ha sido en su devenir en el tiempo y en el uso. Los imprentores que nos quieren meter en estas danzas del «.lli» no tienen malas intenciones, seguro que no, pero sus buenos fines no justifican el uso de espejismos como medios. El espejismo de un territorio cultural y lingüístico que dote a León del protagonismo que se merece en el desconcierto autonómico. Las raíces, la cultura popular tradicional, son sin duda una valiosa herencia, pero no para mercadear con ella, sino para conservarla y divulgarla, sí; no para reinventarla.

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