Una gran anomalía

EL PASADO lunes, mientras Zapatero se dirigía a la tribuna del Congreso, todos los comentaristas adictos al PSOE insistían en señalar que se iba a producir una gran anomalía, porque era la primera vez en la historia de la democracia que un presidente del Gobierno se veía obligado a dar cuenta de su política antiterrorista. La mayoría de los oyentes, según dicen, se deja adoctrinar por estas monsergas, como si Rajoy hubiese atentado contra la democracia al solicitar la comparecencia de Zapatero. Pero yo creo que la anomalía que se percibía en aquella sesión no era la explicación del presidente, sino la extraña normalidad con la que asumimos que nuestro Parlamento permanezca mudo, durante tres décadas, sobre el principal problema que nos aflige. Y muy baja tiene que ser nuestra cultura política para que nos parezcan más dañinos los debates del Congreso que este asqueroso patio de vecindad que hemos montado en el foro mediático para que todos los partidos digan memeces, se insulten y hagan demagogia a costa del terrorismo, de sus angustias y de sus muertes. Cada vez se hace más evidente que el pacto antiterrorista sólo sirvió para discutir sobre él, para que los grandes partidos se echasen en cara sus incumplimientos y deslealtades, y para adoctrinar el pueblo en la nefasta idea de que la lucha contra ETA sólo tiene un camino que ni puede ser discutido ni evaluado. Y la única razón por la que nadie se había enterado de este monumental fracaso es que jamás se había discutido a cara de perro la realidad que nos rodea. Por eso entiendo que el PP le hizo un gran favor a España al provocar esta circunstancia en la que hemos descubierto que el pacto antiterrorista es papel mojado, y que los dos líderes enfrentados comparten algo de acierto y mucho de error en sus respectivas posturas. Se equivoca Rajoy al creer que la mejor salida es una defensa numantina de la democracia, aunque acierta plenamente en toda la estrategia y la retórica con las que defiende su error. Y acierta Zapatero al considerar que la política antiterrorista creada por Aznar no es sostenible, aunque luego se equivoca al nadar a dos aguas entre el pacto antiterrorista -que el PP convirtió en cepo para lobos- y las audaces y necesarias políticas que inició con gran valentía y gestionó con pésimo acierto. La única fórmula que nos puede sacar del marasmo es que el Gobierno gobierne, y que el PP haga oposición. Porque si siguen así, buscando el arca perdida y con los papeles cambiados, vamos de cabeza al desastre. Claro que para que esta receta funcione haría falta que Zapatero diese un puñetazo en el atril y pusiese a Rajoy en su sitio. Y eso, como es obvio, no va a suceder.