Diario de León

TRIBUNA

ETA es una cuestión pedagógica

Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO
León

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NI POLÍTICA, ni social, ni policial, ni militar, ni económica. El problema y la solución terrorista está en la pedagogía. A Eta no ha conseguido vencerla ni el miles gloriosus del franquismo; ni el centrismo transicional de Suárez; ni los baños de Argel y los Gal del «Felipato»; ni con Mayor Oreja de Aznar; ni tampoco, por ahora, el «optimismo antropológico», un tanto mesiánico, de Zapatero. ¿Por qué ninguna de estas terapias ha podido acabar con la dolencia etarra? ¿Cómo se puede explicar que un mancebo (a) de 15 ó 16 años sea capaz, no sólo de gritar: «¡Eta mátalos!», sino de colocar él mismo una bomba, matar a un semejante que no conoce, arruinar su propio futuro, incluso dejar la vida en el empeño? Aquí, la pervivencia del vernaculismo radical no estriba en la necesidad de regenerarse, sino de perpetuarse, de autogenerarse. Es obvio que hay ikastolas en el País Vasco cargadas de ideología -por no decir «odiología»-, en cuyas aulas se manipula la historia, la cultura y la semántica; llegando como resultado a una tergiversación moral. Quien no comulgue con determinadas «ideas» equivale a ser «español», esto es, el despreciable «maqueto» heredero del que sembró de bombas la villa de Gernica. Por ello, hay que quemarle la bandera exclamando sarcásticamente: «¡qué mal huele! Porque, no confundir, él no es español, es vasco. Mira, joven -le replico- tú eres esencial y existencialmente un pobre mortal como yo, al que sus padres, probablemente sin pensarlo, trajeron a este mundo, y ya tenemos bastante para procurar ser más felices o menos desgraciados en el tránsito hacia la eternidad o la nada. En la década de los sesenta empezó Eta a implantar la «dictadura del pistolariado», luego extensible al resto del Estado, como mejor solución a sus reivindicaciones separatistas. Han pasado casi 50 años. El vernaculismo radical está ahora en los balbuceos de la tercera generación. Los promotores y maestros que incitaron ab ovo la canallocracia están ya muertos o retirados por efecto puramente biológico. Pero los discípulos, por el contrario, tienen toda la vida por delante para continuar despilfarrándola con una caperuza sobre los ojos. Discípulos que luego devendrán maestros. Y así sucesivamente. El PNV y el PSOE, responsables de la política educativa en el País Vasco en los momentos cruciales, tendrán que explicárnosla algún día. Quienes han dejado que se echase tanta inquina al mar, no pueden sorprenderse de que al cabo de un tiempo se produzcan tempestades. Las treguas de ETA han servido, además de la logística, para realimentar con cursillos acelerados los maltrechos comandos y crear otros nuevos. La inexperiencia, las ansias y las prisas de pasar a la acción producen fallos «lamentables», pero ahí están los pedagogos de esta miseria para, desde sus tribunas ocasionales, endurecer y enfervorizar a los tiernos aspirantes a gudaris. Es una especie de mística recorrida hacia abajo, una ascesis de la abyección. Destronado y arrumbado el absoluto que impone el principio moral de «no matarás», hay que colocar en su trono vacío otro absoluto a quien adorar: la idílica imagen de la nación vasca, y a ella rendir los sacrificios. Los aprendices del crimen variopinto anteponen al derecho a la vida el derecho a la autodeterminación, como un absoluto de mayor rango. Antes de alcanzar el Olimpo, el gudari sentirá la grandeza y el poder del hombre divinizado, no por el arte de crear, sino por el de destruir. Este energúmeno heroeizado y endogámico, a veces mártir, a falta de un dios de amor, invoca a sus ídolo del hacha y la serpiente, dentro de la catacumba donde se esconde, para que le conceda la fuerza de poder contemplarse sin asco cada día. Lejos de conmoverse ante la parafernalia pancartera que la sociedad monta en torno a sus víctimas y ante la magnitud del destrozo ocasionado, el terrorista, devenido dios capaz de reducir a escombro y despojo lo que palpita sobre la tierra, se conmueve atónito ante su propia grandeza, como soberbio amo y señor de la muerte y de la vida. El error pedagógico entraña otras dos graves consecuencias: la degradación social, la escisión y el disparate político. Se dice, con razón, que la sociedad vasca, la más directamente implicada, es una sociedad enferma, puesto que no puede ejercer un bien tan preciado y esencial en toda democracia como es la libertad. En esa sociedad se oye a menudo que el miedo y la mirada desconfiada alrededor son ya más claros signos de identidad que la tsapela o el tsistu. La ciudadanía-villanía-aldeanía se convierte así en masa amedrentada cuya consigna es oír, ver y callar. Ejemplo de disparate y escisión política es lo que hemos podido ver estos días atrás. Por un lado, un gobierno al que, aunque se le tilda de indiscreción en el «proceso de paz», paradójicamente mantiene al ciudadano-villano-aldeano en la más absoluta ignorancia de cómo discurrió el fallido proceso. Del otro lado, a partir del relevo en el poder, el PP no ha dejado de intentar gobernar desde la oposición. Y la política antiterrorista no iba a ser excepción. Si esto supone ya un exceso, negar al gobierno la posibilidad de equivocarse, es cicatero e injusto. No conformes, y para enmarañar más aún la situación, hay que aprovechar, al socaire de la legítima discrepancia política, atribuir al gobierno supuestas concesiones y traiciones -pasando por la cotidiana invectiva personal a cargo de voceros radiofónicos muy expertos en las limitaciones de los demás pero ignorantes de los propios excesos-, generando un totum revolutum del que extraer luego rendimientos políticos. En este ambiente crispado y maniqueo, la sola manifestación vial que se justifica -además de la de solidaridad con dos pobres ecuatorianos- es otra rotunda y ejemplar contra el grueso de la clase política. O hacen ustedes política desinteresada, señores mayoritarios del poder y contrapoder, o lo mejor que podrían hacer es retirarse al huerto de aurea mediocritas y dejar que otras mentes menos envenenadas y más lúcidas ocupen sus puestos. No conviertan ustedes el voto en un acto obligado, aunque inconsciente, de prevaricación; ni nos obliguen a pregonar a quienes simpatizamos con la tercera España, y a falta de opción mejor: ¡qué blanco será mi voto!

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