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Publicado por
PANCHO PURROY
León

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UN RUIDOSO CROTOREO desciende desde la espadaña donde las cigüeñas entrechocan las mandíbulas, sonido que compensa la falta de voz de esta ave familiar. El ritual es sonoro y espectacular, a medida que la cigüeña lanza el pico hacia arriba y luego hacia atrás, para volver varias veces a caer entre aleteos abombados. Los antiguos germanos creían que el despliegue de chasquidos y reverencias era una prueba de adoración y gratitud del ave a los dioses del bosque, la tierra y el agua, otorgando al zancudo pajarraco una fama de animal divino. Los nombres antiguos de la cigüeña blanca son onomatopéyicos. Las inscripciones mesopotámicas del período sumerio, hace más de cuatro mil años, representan la palabra «lakalaka» para describir a esta especie comensal que anida en las ciudades y palmerales iraquíes, hoy en refriega cruel.. Si vamos al Magreb, el nombre árabe de «laklaka» refleja el entrechocar del pico cigüeñil, mientas que las voces del paisanaje español hablan de machacar el ajo o hacer el gazpacho. En la Historia Natural de Plinio , traducida en 1964 por Jerónimo Huerta, se relata como Aristóteles, el primero que escribió una Historia de los Animales, informa de que las cigüeñas recibían gran honra en la Tesalia por destruir serpientes y que el hombre que mataba a una de estas aves era ajusticiado. Los egipcios también querían mucho a esta especie por mantener a raya las ranas y serpientes, siendo grandísimo delito ofenderlas. La veneración a la cigüeña prosigue durante la Edad Media, pero no solo como destructora de sabandijas, sino como portadora de poderes mágicos: adivina, mensajera de espiritualidad, concesionaria de suertes y escudo frente a las desgracias. En el monasterio flamenco de Egmont se conserva una piedra preciosa, obsequio de una cigüeña agradecida a la mujer que el año anterior había curado su pata. La zancuda piquirroja indica el arranque del nuevo ciclo de pujanza verde, en enero, cuando busca la sombra el perro.

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