EL OJO PÚBLICO
Por desconfiados
LA MISMA NOCHE en que ETA anunció el alto el fuego permanente que había prepactado con los representantes del Gobierno de josé Luis Rodríguez Zapatero, un periodista y escritor que práctica un género a medio camino entre el posmodernismo y el guerracivilismo dijo en la tele que no albergaba duda alguna de que el adverbio permanente utilizado por la banda terrorista no podía tener otro significado que el de definitivo e irreversible. No justificó su posición, pero sí dio a entender que de él sólo discreparían los enemigos declarados de la paz. Desde entonces y hasta el trágico 30 de diciembre pasado han sido muchos los intelectuales, columnistas, profesionales de la negociación y asesores previos o sobrevenidos del Gobierno que no se han cansado de afirmar que todo indicaba que a la tercera iría la vencida y que no se han cansado de desautorizar, paralelamente, a quienes expresamos una creciente reticencia a medida que fuimos comprobado que las cosas no iban en modo alguno como se habían diseñado. Aunque los elementos de crítica hacia ese amplio grupo de escépticos por desconfiados fueron muy diversos -desde la supuesta superioridad de conocimientos o información del criticante, hasta su mayor fe en la capacidad de los humanos de cambiar- al final casi todos venían a caer en una conclusión: la de que, al fin y al cabo, los escépticos estábamos al servicio de la estrategia del Partido Popular, que no era otra que la de desgastar al Gobierno socialista. De poco sirvió, frente a tal acusación, el hecho transparente de que una altísima parte de esos críticos intelectuales de la extraña forma en que el Gobierno se había metido, primero, en su aventura y se había puesto, después, a gestionarla, fueran personas de la izquierda, muchas de ellas partidarias en otros ámbitos del propio Gobierno que en esta concreta esfera criticaban, y algunas incluso destacadas por haber encabezado la lucha contra ETA. Sirva, por todos, un ejemplo: el de Fernando Savater. Pues ni con esas. Todavía no hemos oído a nadie, ¡a nadie!, reconocer: nosotros nos equivocamos y vosotros estabais en lo cierto. Más bien todo lo contrario: no hay día en que alguno de esos listos no nos afee la conducta a los que intuimos que íbamos lanzados hacia donde tristemente terminamos. Pero no hay que hacerles mucho caso. Son los mismos que ahora -cuando aun no ha transcurrido un mes del atentado de Barajas-vuelven a ver signos de que algo se mueve en Batasuna. Los mismos que ya lo vieron en su día. Y los mismos, en fin, que nos han acusado de ser unos fascistas por insistir una y otra vez en lo que ahora el Tribunal Supremo acaba de asentar.