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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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CONSERVO un recorte de periódico, ya amarillento, que me acompaña desde hace más años de los que quiero confesar. Cuenta aquel chiste de la transición: «¿Cuál es la diferencia entre Dios y un periodista? Que Dios sabe que no es periodista». Aquel retal de papel que me entregó mamá con sonrisa socarrona cuando empezaba mi andadura por este ya largo camino venía muy a cuento en unos tiempos en los que las estrellas del cuarto poder se consideraban tan líderes como los líderes, tan protagonistas como quien cambiaba la historia. Ellos, creyeron, eran la historia. Esta semana nos dejó Kapuscinski, hace unos meses Fallaci. Ellos, que quieran o no son historia, sabían que el protagonista eran los otros. Y seguramente nunca olvidaron aquel principio de escuchar, porque todo el mundo tiene una historia que contar. Privilegiados quienes les leemos; privilegiados ellos, que supieron contar. Difícil esta vocación (con derechos laborales, pero al fin oficio más que empleo) en la que la soberbia no nos deja ver muchas veces las historias que golpean desde el paisaje y el paisanaje. Para los asuntos contractuales y abusivos y para el crecimiento profesional no cabe más que la organización y la suma de esfuerzos, por y para eso pugna por nacer con salud la Asociación de Periodistas de León. Para todos, ayer se brindó por San Francisco de Sales (no faltó a su cita la pluma de Enrique Cimas). Pero por encima de los asuntos de intendencia, resulta preocupante la falta de curiosidad y de sensibilidad de que a menudo adolecemos quienes intentamos ejercer de periodistas. Lástima la arrogancia de quien cree que tiene ya poco que aprender. Porque ya se sabe, sólo están de vuelta de todo los que nunca han ido a ninguna parte.

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