Diario de León
León

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OCHO menores coordinados por dos jóvenes han sido detenidos en el País Vasco mientras causaban destrozos externos en la tumba de Gregorio Ordóñez, concejal del PP mártir de nuestra democracia. Hay que llevar mucho odio dentro para dispararle a un hombre inocente, pero también hay que tener muy anestesiada la condición humana para seguir atacándolo tras su asesinato. No estamos ante gamberradas atribuibles a la inmadurez de una edad conflictiva, sino ante la monstruosa consecuencia de un constante adoctrinamiento contra lo español, desde el propio entorno político y familiar. Ayer ABC publicaba que la hija de Aldo Moro había visitado varias veces en la cárcel a dos de los terroristas del comando que asesinó a su padre (pero que se opusieron a la ejecución), después de que estos expresaran su voluntad de hablar con ella y pedirle perdón; víctima y terroristas han construido una amistad, en uno de esos misteriosos territorios a los que sólo se puede acceder desde las puertas más grandes del corazón, y cuya apertura no se le puede exigir a nadie. Quizá lo que falta en muchos vascos, terroristas o no, es noción del dolor causado. La ausencia de arrepentimiento es lo que ha hecho fracasar el diálogo. Esos ocho menores ¿se crecerán con el siniestro aplauso de sus maestros en odio, sean quienes sean, o, por el contrario, pronto se sentirán tan arrepentidos que necesitarán pedir perdón y guiar sobre este sus vidas? De momento, que se haga justicia. El PNV ha condenado sin rodeos tan vil acción, aunque tiene culpas indirectas en esa rabia anti española. El PP no ha respondido profanando tumbas de terroristas, quizá porque aquí siempre se vengan los mismos, quienes no tienen motivos para ello. Cuánta vileza. Cuánta paciencia en los buenos vascos.

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