Diario de León

LA PENÍNSULA

Ganas de perpetuarse

Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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LAS DISTINTAS maneras de hacer sempiterno un apellido mediante, por ejemplo, la estirpe o el linaje, tienen, en principio, más que ver con la monarquía que con la república. Son mecanismos mas cercanos a los rituales de la corona que a los de la presidencia. Que las cosas sean, más o menos, así, no quiere decir que siempre lo sean. No lo son, por ejemplo, en la república de Corea del Norte, en la que el nuevo dictador es el hijo del antiguo, sin dejar por eso de ser marxista leninista ni de tocar como pocos las narices. Y tampoco tienden a serlo en la república de los Estados Unidos. En una monarquía el parentesco lo es todo, mientras que la república se esfuerza en la apariencia de que el parentesco nada tiene que ver con ella. No es así, y la razón de que no lo sea podría girar en torno a ciertas nostalgias de la corona que las presidencias no consiguen expulsar de sus corazoncitos. La cuestión es bastante evidente en los Estados Unidos de América, más allá del parentesco entre Fraklyn Delano Roosevelt y su antecesor Theodore Roosevelt, que sólo eran primos lejanos. Ahora no se trata ya de primos sino de parentescos bastante más contundentes. La cosa se inició con los hermanos Kennedy, John y Robert, y con la posibilidad de que el segundo bien hubiera podido llegar a la presidencia en la que fue asesinado su hermano, de no haber sido tan asesinado como aquel. Mucha más suerte demostraron los Bush, un padre y un hijo que llegaron a la Casa Blanca como si el Despacho Oval no fuera a ser el mismo sin uno después de haber dado residencia al otro. Es una secuencia que ha ido ganando en intensidad. Primero fueron los primos. Luego vinieron los hermanos y después del padre, el hijo. Lo que ahora se nos echa encima puede ser tras el marido, la esposa; algo así como que «si no te gusta el arroz, ahí te pongo dos tazas». Si el Despacho Oval hablara, nada tendría de extraño que la esposa del ex presidente Clinton quisiera escucharlo a solas, sin perder de vista la posibilidad de que en el apasionado fragor de semejantes confidencias, la presidenta y el ex presidente tuvieran un hijo que, al filo de la mitad del siglo XXI, se lanzara a la carrera presidencial, cosa que se parecería bastante a la repanocha. Si eso es así en la republicana América, no lo es mucho menos en la vieja Europa ni en una nación como Francia, tan decana de la república como de la monarquía. Siempre se ha señalado que la presidencia de la República Francesa tiene un aire monárquico de grandeza varonil. Con una presidenta de apellido Royal, será notable oír a los franceses anunciarse a si mismos la presencia de madame la president Royal.

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