DESDE LA CORTE
La mano en la cartera
¡MILAGRO! Hoy no les hablaré de terrorismo, ni de jueces, ni de Ibarretxe. Es que he conocido algo bastante más próximo a todos, y ese algo nos toca gravemente el bolsillo, que es la parte más sensible de nuestra conciencia. El euríbor, que decide el importe de la hipoteca, también ha tenido su cuesta de enero, y la ha subido con toda la fuerza que suponían los pesimistas: al cierre del mes, va estar unas centésimas por encima del 4 por ciento. Traducido al lenguaje que entiende nuestra cuenta corriente: en la próxima revisión, los hipotecados españoles pagaremos nuestro crédito un 10,3 más caro que hace un año. Esto es el triple del aumento oficial del coste de la vida; el triple de la media de los incrementos salariales. Un golpe muy serio a las economías privadas. Entre paréntesis, y para situar el panorama ciudadano que no aparece en las estadísticas, os contaré cómo anda la economía real en esta corte de Madrid, donde vivo y escribo. Durante la última semana, parecía una ciudad habitable. Se podía circular en coche y, aunque parezca increíble, se podía aparcar. Consultados los auténticos especialistas en movilidad urbana, que son los taxistas, su diagnóstico fue unánime: «no hay un duro, señor». Cuando la cartera se ahoga, la gente deja sus coches y se pone en las colas del autobús y del Metro. Ése es el barómetro de la satisfacción ciudadana. Para hacer transitable la gran ciudad, callen los aspirantes a alcalde, dejen sus propuestas mágicas, y hable la dificultad económica. Ahora, el euríbor completa la jugada. Si el personal andaba tan justo como para renunciar al automóvil privado, ¿cómo se sentirá de afectado por el nuevo precio de la hipoteca? Me temo lo peor: quienes han firmado en el límite de sus posibilidades empezarán a saber qué es la estrechez. Los jóvenes embarcados en la aventura de comprar seducidos por el dinero barato empezarán a sentir el vértigo del largo plazo, porque no hay nada que indique el final de la subida. Habrá una repercusión en la economía general, porque esto ralentiza el mercado inmobiliario y limita el consumo. Y, políticamente, se producirá un primer asomo de descontento. Eso dice la lógica. Es el panorama temido. Ahora bien: no pidan a los dirigentes políticos que se «entretengan» en eso. No pidan a los líderes de opinión que presionen a quienes tienden esta trampa del endeudamiento de las clases medias. No pidan a los agentes sociales acciones en el ámbito europeo para presionar a la autoridad monetaria. Y no le pidan a la oposición que presente alternativas. Todo parece una sentencia inapelable. Ocurre lo que decía un veterano banquero: «unos tienen el Boletín Oficial; a los demás sólo nos queda la resignación».