EL OJO PÚBLICO
El horizonte sin límites
DESDE hace meses suceden cosas en España que, con ser escandalosas, lo son menos que absolutamente inverosímiles. La última mereció la inmediata atención de numerosos medios extranjeros, que percibieron sin titubeos lo alucinante del asunto, cuando mucha gente, y muy importante, estaba todavía despistada por aquí. Hace hoy una semana se manifestaron en Madrid 3.000 guardias civiles, que, entre otras cosas, de dedicaron a insultar el presidente del Gobierno y a defender, a voz en grito y en medio de la calle, reivindicaciones profesionales y políticas. La imagen me dejo sencillamente estupefacto. Sólo la creí porque fue con mis propios ojos con los que vi a los guardias vestidos de uniforme cantando a coro «Zapatero, embustero». Al día siguiente, el ministro de Defensa, de quien depende la Guardia Civil en su dimensión de cuerpo armado militar, dijo en la tele: «No me consta que se produjera ninguna ilegalidad». Sí señores: eso afirmó tan tranquilo un miembro del Gobierno de España al ser preguntado por una manifestación que había causado el unánime estupor de periodistas situados a miles de kilómetros, periodistas que demostraban captar así a la perfección lo que el mismísimo ministro del ramo parecía no entender. ¿Cómo es posible? Sí, ¿cómo es posible que 3.000 guardias civiles decidan violar de un modo tan obvio y tan flagrante la disciplina a la que están sujetos por la ley -disciplina indispensable en cualquier Estado democrático- y cómo es posible que tal cosa no la vea ¡en un segundo! nada más ni nada menos que el Ministro de Defensa? Aunque hay varias explicaciones para dar cuenta de hechos tan anómalos, creo que una predomina sobre todas las demás: que España ha entrado, desde hace tiempo, en lo que, para hablar con precisión, habría que denominar «un horizonte sin límites». Es decir, uno en el que todo es posible y en el que, a base de ser todo posible, miles de personas presumiblemente sensatas han perdido la indispensable capacidad de asombrarse de inmediato ante lo insólito. De hecho, sólo la extensión de ese horizonte sin límites permite comprender, por ejemplo, que un veterano exdiputado, hombre de orden, como Iñaki Anasagasti, pueda afirmar en relación con el pronunciamiento de la Audiencia Nacional sobre De Juana lo mismo que un joven de Jarrai -«lo han condenado a muerte»- y que un ministro de Defensa, jurista de profesión, persona razonable y preparada, puede considerar por un minuto que están ejerciendo un derecho constitucional los guardias civiles que se manifiestan de uniforme para exigir a gritos al Gobierno lo que consideran de justicia.