Cultura del vino y educación

HACE POCO MÁS de un año, la Junta de Castilla y León publicaba el libro Vinos y viñedos de Castilla y León , un tomo de 683 páginas, que recoge el grueso de la conocida obra de Alain Huetz de Lemps, catedrático de la universidad de Burdeos, Vignobles et vins du Nord-Ouest de l'Espagne, publicada en 1967. Se trata del más importante trabajo de geografía histórica dedicado al cultivo de la vid en nuestro país, que le llevó a su autor muchos años de investigación en archivos de la región y a patearse nuestra comunidad de un lado para otro. El libro estudia la evolución histórica del cultivo de la vid desde la Antigüedad hasta los años sesenta del siglo XX, pero también describe las técnicas de trabajo de la viña y los diferentes procesos de vinificación a lo largo de los siglos, así como la organización del comercio del vino. En definitiva, la obra viene a demostrar la importancia que dicho cultivo ha tenido en buena parte de Castilla y León para el desarrollo económico de muchas comarcas. Otros trabajos posteriores, como el de José Manuel Bartolomé sobre el viñedo del Bierzo, lo confirman. El vino y la vid no son sólo una fuente de riqueza de la que aún viven muchos miles de personas en nuestro país, el vino es también fuente de salud. Durante mucho tiempo se le consideró más que bebida, alimento que proporcionaba calorías para soportar los duros trabajos de otras épocas. El refranero español es elocuente en ese sentido: «Con pan y vino se hace el camino», dice por ejemplo; aunque a veces, como aquel de mi pueblo recogido en el siglo XVI, hable de sus consecuencias: «O viño de Cacabelos hace bailar a os vellos». Hay que beberlo, como decía el peregrino Küning von Bach, en el siglo XV, del de Villafranca, «con discreto miramiento». El vino es salud. Recuerdo en mi juventud haber visto a la entrada de un pueblecito cercano a Béziers, en el departamento francés de Hérault, al que había ido a trabajar durante la vendimia de 1969, un letrero con un texto de Pasteur, en el que se alababa el vino por sus poderes desinfectantes y curativos. Creo que ese fue siempre el concepto que se tuvo del mismo, aunque lógicamente el peligro de una ingesta excesiva siempre fue criticado por los moralistas de todas las épocas. Ahora se ponen en colisión ambos aspectos. El ministerio de Sanidad y Consumo, ante el peligro que supone el alcohol y el vino para los jóvenes, muchos de los cuales no parecen tener medida en su ingesta, ha presentado el borrador de un proyecto de Ley del Vino, en el que se prevén medidas muy restrictivas sobre su publicidad, que cultivadores y bodegueros consideran un atentado a una cultura milenaria, de la que aún viven muchas personas. Esto al mismo tiempo está en contradicción con disposiciones del ministerio de Agricultura que considera el vino como un alimento, por lo que ha concedido este año ayudas de 300.000 euros para promover su consumo. Esta es una contradicción flagrante en las políticas de las dos Elenas (no precisamente de Troya), Salgado y Espinosa. Parece que la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, como en otras ocasiones, ha tenido que mediar en el asunto para poner un poco de racionalidad en esta absurda polémica. A los viticultores españoles les va mucho en esa ley, máximo cuando en estos últimos años tanto se ha hecho para mejorar los viñedos y los caldos, que tienen hoy, por su calidad, una proyección internacional indiscutible. Claro que hay un problema con los jóvenes, pero no es el vino sino la educación lo que les lleva a un consumo desaforado en fiestas y fines de semana. Las autoridades están obligadas a estudiar las causas de este hecho y a ponerle remedio, aunque no son las soluciones mejores las represivas; y muchos menos lo son cuando las mismas pueden perjudicar los trabajos y negocios de miles de pequeños campesinos y bodegueros. Hay que compatibilizar ambos extremos, pues de lo contrario el Gobierno se va a encontrar con una lógica y justa contestación de todos los consejos reguladores del país.