La Europa necesaria

EL INSTITUTO de Estudios Estratégicos de Londres acaba de confirmar lo que ya era evidente: que los Estados Unidos de América del Norte aún conservan una enorme capacidad para introducir sus temas en la agenda política mundial, pero que ya no son capaces de catalizar las coaliciones y los estados de opinión que son necesarios para imponer sus políticas marcadamente imperialistas. A esto se le llama decadencia, aunque su realidad sea negada por todos los que permanecen -o permanecemos- cerca de la enorme luz que todavía brilla en la primera potencia del mundo. Antes de que esta situación se percibiese desde fuera, algunos politólogos como Paul Kennedy o Jeremy Rifkin apuntaron, desde dentro, la misma conclusión: que la era americana está pasando, y que otras potencias y otros modelos de vida se están preparando para tomar la alternativa. No se trata de que los Estados Unidos dejen de ser un país influyente a nivel mundial. Sólo se trata de decir que la idea de una potencia hegemónica, que viene inspirando la política exterior y la economía estadounidense, se está mostrando imposible, y que a la que seguramente seguirá siendo la primera potencia económica y militar del mundo no le va a quedar más remedio que aceptar la existencia de un modelo internacional multipolar en el que Europa y China están llamadas a cumplir papeles esenciales: Europa por la modernidad de su modelo político y social y por la excelencia de sus democracias, y China por su dimensión y por su ubicación estratégica. Si nos enfrentamos a los retos del futuro con una visión global y no nacionalista, resulta cada vez más claro que la política americana ha dejado de ser la solución para convertirse en buena parte del problema. Su idea de entrar en todos los conflictos con mentalidad de árbitro plenipotenciario, y como un elefante en una cacharrería, está sembrando de sangre, de terrorismo y de rebeldes con causa la faz del planeta. Y, más allá de las guerras abiertas, y con independencia de cual sea nuestra opinión sobre cada asunto concreto, resulta preocupante la deriva que están tomando países como Rusia, Irán, Venezuela, Corea del Norte, Bolivia y un largo etcétera. Por eso produce enorme estupor la lentitud y la desidia con la que Europa está recomponiendo su fallida constitución y su non nata política exterior. Porque si la Unión Europea no se hace presente en el mundo con su pensamiento político y sus modelos sociales y democráticos, no existirá ninguna barrera contra los regímenes descoloridos que revisten con tonos democráticos sus esencias dictatoriales. Y esa deriva, deberíamos saberlo, es peligrosa para todos. Porque la democracia aislada es una quimera.