Diario de León

DESDE LA CORTE

Una muerte muy cercana

Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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APARCO por un día el reglamentario vistazo a la pasión política para detenerme en una noticia humana: la muerte imprevista de una joven de 31 años llamada Erika Ortiz Rocasolano. Era una chica normal, especialista en diseño, que trabajaba en la productora de televisión Globomedia. Una chica normal, con sus alegrías y problemas, con una hija pequeña y una vida sentimental complicada. Si su rostro llegó a hacérsenos familiar, no fue por ninguna circunstancia ni mérito o demérito especial. Los medios informativos, singularmente las televisiones, nunca nos hubiéramos detenido ante su imagen, si no fuera por una circunstancia: era la hermana pequeña de doña Letizia, la Princesa de Asturias. Eso hizo que la persiguieran las cámaras y los paparazzis y que detalles casi íntimos de su vida hayan llegado a ser de conocimiento público. Por esas mismas razones, la noticia de su fallecimiento fue de un gran impacto en todo el país a mediodía de ayer. Tanto, que se convirtió en la primera noticia de todos los telediarios. Según las versiones que me llegan, el entorno de su casa, la misma en que había vivido la Princesa de soltera, se llenó de periodistas. Unos, en busca profesional y limpia de detalles para sus crónicas. Otros, hay que decirlo, en busca de carnaza para los espacios y páginas impresas que alimentan el morbo nacional. Yo no conocía a Erika más que ninguno de mis lectores. Tengo el honor de conocer a la Princesa, y adivino la magnitud del golpe recibido. Conozco a Jesús Ortiz, su padre, y sé las angustias que tuvo que pasar en los momentos en que era más buscado por las cámaras, para arrancarle unas palabras, un testimonio, algo que echar a los lugares donde el morbo apacienta. Y ahora pienso en ellos. En su dolor y en su desgracia. Pienso en la Reina de España, tan lejos, ayer, que no pudo contener las lágrimas. Y tengo sobre mi mesa el mandato de esa familia: que tratemos la noticia «con respeto y prudencia». Yo lo quiero hacer. Se ha producido una desgracia familiar, pero en una familia que conocemos todos y que de algún modo es también de todos. Es un suceso privado, íntimo. Es en estas circunstancias cuando se pone a prueba el respeto a la intimidad de tantos programas y espacios que se dedican a hurgar en el dolor ajeno. La tentación de la carnaza penetra en las redacciones. Se piensa que una foto, un detalle, cualquier dato, vale una décima en las tablas de audiencia. La ética, la petición de respeto por la parte más afectada, pasa a ser una petición de ritual que nadie escucha. ¿Pasará ahora este bendito oficio de contar la prueba que le piden? Me quedo a verlo. Por mi parte, sólo sé decir esto: se ha muerto una persona. Se merece el descanso.

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