Diario de León
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León

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No, no es así. La nieve, el agua no torrencial y el frío no tienen la culpa de que los alumnos no acudan a clase. Hace muchos años, en cada pueblo por pequeño que fuera, había una escuela al menos. En ellas una maestra o maestro impartían la clase a un mínimo de cinco alumnos. Nevadas superiores a metro y medio se posaban en cada tejado, campo, o labrantío o monte y la escuela se abría cada mañana. Cada alumno, por necesidad, bajo el brazo libre de la bolsa con la pizarra y demás menesteres escolares, portaba un pequeño atado de delgados palos para quemar en la estufa y calentar el local. Los niños, desde sus casas o barrios algo alejados tales como los cuatro de Silván en la Cabrera donde mi madre impartió las clases de los cursos: 1932-1933 y 1934-1935, estudiaban al calor que ellos mantenían. Escasos eran los que, por causa de fuerza mayor, no asistían a clase. El señor cura que había ido al pueblo por dos meses se sintió incapaz de irse, prorrogando su estancia en treinta y tres meses que llevaba en el pueblo. De los vecinos decía con insistencia: son como santos. Al igual que no faltaba escuela, tampoco el sacerdote para impartir los oficios religiosos. Pasan años y los niños son agrupados y trasladados diariamente a colegios de la Villa en horas tempranas y atardecida expuestos a los mil y un contratiempos que nunca sea el peor el que encabeza el título. La decisión tomada ha motivado la merma de docentes que pueden ser contabilizados con las escuelas cerradas. A la merma citada se suman los jubilados y defunciones en activo que no han restado el aumento de aspirantes a ingreso al Magisterio. No culpemos a las inclemencias del tiempo de la no asistencia escolar a clase. Recuerdo la nevada de la noche víspera de Reyes en 1946 que subiendo la nieve veinte centímetros pro encima del dintel de la puerta alcanzó un total de 2,20 m. en la casa escuela de Valdoré y, una vez comunicadas las casas por medio de trincheras, la escuela pudo abrir su puerta de no haberlo impedido el periodo vacacional pese a mantenernos incomunicados con Cistierna y Crémenes, 21 días. Para la gran mayoría de los ciudadanos, la política no es otra cosa que acudir a votar en los procesos electorales. Lo hacemos desde el convencimiento de que además de un derecho es un deber. Un derecho porque así lo establece nuestra Constitución. Un deber porque sin lugar a dudas es una forma de contribuir por aquello en lo que crees. Es por ello que la mayoría de los ciudadanos, hacemos uso de ese derecho, depositando a través de nuestro voto nuestra confianza, bien sea por ideología o por simpatía. Lo que por desgracia desconocen la mayoría de los ciudadanos, es que se juega con su confianza, y que la mayoría de los políticos carecen de ideología, lo que se convierte en un juego de intereses de límites insospechados, donde el que hoy es adversario mañana se convierte en aliado, bajo trampas y maquinaciones que los ciudadanos no somos capaces de entender por mucho que nos devanemos los sesos. La explicación es siempre la misma. Se hace por el interés general y en beneficio de los ciudadanos. Lo dicen con toda su cada dura, sin sonrojarse y sin que se les caiga la cara de vergüenza. La denominada clase política está cada día más desacreditada, como consecuencia de muchos factores. Su empeño en hacernos comulgar con ruedas de molino, es creer que somos tontos, sin querer darse cuenta de que los ciudadanos en general, pero sobre todo las nuevas generaciones son gente con cultura y preparación suficiente para saber juzgar los hechos no las palabras. De ahí, que la abstención sea cada vez mayor. Por ello estoy convencido de que más pronto que tarde, los ciudadanos cambiarán su intención de voto, y darán una oportunidad a otras opciones distintas de las habituales. Gente nueva con nuevas ilusiones, alejados del entramado que existe, donde se reparten la pieza antes de cazarla mediante pactos ocultos, haciendo de los municipios su coto particular. Este entramado les ha dado resultado y no harán nada para cambiarlo. Yo te doy-tú me da s. Debemos abrir nuestras mentes de igual forma que abrimos nuestras ventanas para que entre un nuevo aire que desplace al aire viciado. Sólo los ciudadanos a través de nuestro voto podemos conseguir que eso cambie, y no podemos dejar pasar una vez más esa oportunidad. Teodoro Fernández Juárez (Villaquilambre). J. Luis García (León).

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