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Publicado por
PACO SÁNCHEZ
León

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LOS VIERNES por la tarde, cuando me pongo a escribir esto, hago aun sin querer un balance de la semana. Borbotean, entonces, los muchos o pocos acontecimientos políticos: el ministro que se va y el que viene, de Juana y el Times , Aznar que reconoce que no sabía, las trifulcas en el TC, la pelea de Ferrol por ganarse un futuro, la crisis en la explanada de las mezquitas... Y las otras: el barco negrero con cuatrocientas personas pudriéndose frente a Mauritania, el acuerdo para desmontar ese enorme ejército de niños soldados, el angustioso calentamiento climático... Todo se agota en bla, bla, bla. Cuando llego a esa conclusión, y ocurre siempre, me entran ganas de zafarme, de escurrir el bulto, de no escribir. Estaba en ese momento malo cuando me vino a la memoria la frase: «Es muy difícil llorar con gafas». La dijo alguien en una cena y yo me reí. No había caído en la cuenta. Quizá, porque llevo gafas pero no lloro casi nunca. Me lo explicaron: los cristales se empañan, no puedes limpiar las lágrimas, es muy complicado. Sigue haciéndome gracia hoy que las gafas sean incompatibles con las lágrimas, como si el mirar mucho acorchara la sensibilidad, como si llorar requiriese una cierta desnudez, un dejarse ver más que un mirar. Quizá no lloro por eso, porque me paso la semana mirando lo que ocurre como esos personajes ventaneros que dilapidan las tardes oteando la calle o pasmados con la tele, distrayéndose con vidas ajenas, sin tiempo o sin ganas de padecer la propia. Quizá si atendiera despacio a lo que está ocurriendo con nuestro país y con nuestro mundo, a la incapacidad para valorar las propuestas en sí mismas sin quedarse en el prejuicio contra quien las formula, quizá entonces lloraría con gafas y con ganas. De impotencia.

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