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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ES MUY curioso. De lo que más se ha hablado sobre los premios Goya en los últimos años es de la ausencia de Almodóvar. Ni siquiera un especialista sería capaz de recordar los méritos de algunos Nobel de literatura; sin embargo, cualquier aficionado conoce el dato de que Sartre renunció a ese galardón. Entre los Óscar más populares de la historia se cuentan el que Marlon Brando rechazó y el que Woody Allen no recogió porque tenía que tocar el clarinete con su banda. En esta misma línea, la decisión de Buenafuente sobre los Micrófonos de Oro de este año y las reacciones que ha provocado el premio a Federico Jiménez Losantos, está convirtiendo esta edición en la más publicitada de su corta trayectoria, lo cual no es malo: ni para los premios, ni para la ciudad que los acoge. Y todo por un sujeto que es cual quier cosa menos discreto, cuya irrupción en la radio española ha puesto en ebullición la guerra mediático económica y a medio país cabreado con la otra mitad, lo cual parece volver a ser el estado natural del español. Losantos, ese magnífico poeta que admiraba en los setenta a un desconocido escritor de provincias llamado Gamoneda, al que ahora dice desconocer. Federico, el alumno aventajado de Labordeta y Sanchís Sinisterra, el admirador y estudioso de Azaña y Valle Inclán, el colaborador de Ajoblanco y El País , el salvador de una cadena radiofónica en crisis que usa el micrófono como látigo y las ondas como púlpito, transforma la inteligencia en consigna y tiene oyentes que se lo inyectan en vena y otros que lo toman, como el veneno, en pequeñas dosis, para vacunarse contra la demagogia. «No hay un periodismo objetivo y otro subjetivo, sino periodismo honrado y otro carente de honradez», escribía acertadamente en estas mismas páginas Eduardo Aguirre, al cual Federico, seguramente no leerá.

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