Diario de León
Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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HAY UN error muy común entre cierta izquierda de salón: el de creer que los extremistas nunca se atreven a poner en práctica aquello que prometen. Sólo así puede entenderse la compresión con que ha venido recibiéndose en España, en amplios sectores progresistas, la retórica revolucionaria de Hugo Chavez. Es cierto que esa retórica ha hecho del antiamericanismo una de sus bazas principales y es bien conocido que pocos productos ideológicos se venden mejor entre nosotros, en el amplio espectro que va de la izquierda a la derecha, que el antiamericanismo puro y duro: aquel que no distingue entre Bill Clinton y George Bush, entre el New York Times y los telepredicadores o entre Guantánamo y el Tribunal Supremo americano. Llama, sin embargo, la atención que no se encendieran en España todas las alarmas cuando, junto al anteamericanismo, el presidente bolivariano de Venezuela comenzó a hacer gala de su admiración por Fidel Castro y su gran Revolución. ¿A estas alturas? Sí señor, a estas alturas: cuando ya todo el mundo conoce a la perfección el resultado desastroso al que condujo en poco tiempo la experiencia socialista de la isla caribeña: a una miseria galopante unida a un autoritarismo atroz que ha convertido a Cuba en una auténtica prisión para los que no comulgan con las ruedas de molino de la nomenclatura comunista. Desoyendo el buen consejo de Voltaire sobre lo mucho que nos enseñan los ejemplos, Chávez se ha empeñado en seguir el de Cuba y ahí están ya, pese a la desbaratada riqueza petrolífera, los expropiados por la brava haciendo cola para salir de su país y el mercado negro de moneda poniendo de relieve el contraste entre lo que dicen las autoridades y lo que dice la inapelable realidad de los mercados. También, por supuesto, y como siempre en estos casos, el cierre de televisiones y periódicos y el anuncio de reformas constitucionales destinadas a garantizar a Chávez el ilimitado disfrute del poder. Como en Cuba, pero con medio siglo y miles de destrozos de retraso. Un montón de españoles que nada sabían de aquella Revolución de los barbudos que triunfo un día en un país que los gallegos consideraban como propio, se enteraron del triunfo de Castro cuando empezaron a llegar los expoliados. Yo viví de niño enfrente de uno de ellos y estoy cansado de oírle contar como muchos años de trabajo se le escaparon de las manos con la Revolución cubana igual que se va el agua de un cedazo. El expolio habría podido entenderse si el resultado hubiera sido distinto del que fue: miseria y dictadura. Las mismas que, antes o después, traerá Chavez de la mano a Venezuela.

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