PANORAMA
Orfandad
LOS HOMBRES necesitamos de nuestras raíces. Son necesarias para conocer nuestra propia identidad. Nadie es sin los otros. Somos un eslabón de una cadena que nos une indeleblemente a quienes comparten nuestra vida. Ellos conforman esa circunstacia que Ortega constata cuando afirma: Yo soy yo y mi circunstancia. En esta relaciòn interpersonal, sin duda, cobra una especial importancia la paterno-filial. Somos lo que somos, en nuestra condición de hijos de nuestros padres. Pronunciar el término «padres» es utilizar una voz sacrosanta. Así, se habla de una piedad filial que conlleva graves obligaciones morales. En la moral judeocristiana se expresa con la siguiente formula: «Honrarás a tu padre y a tu madre». A continuación de este enunciado, se anade una recompensa. En este sentido, se afirma: «Asi tendrás larga y feliz vida sobre la tierra». Es verdaderamente simbólico que sea sólo este mandamiento el que ofrece un premio en esta vida a quien lo cumple. Los demás serán tenidos en cuenta en la otra. Estas consideraciones se agolpan en mi mente y en mi corazón en estos momentos en los que hemos perdido a nuestra madre. Quiero rectificar, sólo la hemos dejado de tener presente entre nosotros. La misión de los padres es para siempre. Sin duda, ella sabrá continuarlas de una manera menos tangible pero no menos intensa. En todo caso, sentimos por vez primera la orfandad. Esa sensación de sentirse sin el techo que nos ha cobijado. Me siento próximo a todos los que no pueden ya acudir a sus padres, no pueden pedir su consejo, ni sentir su afecto tan humano y por ello tan carnal. Quiero terminar este desahogo, diciendo a quienes tienen la suerte de tener a sus padres ancianos o aún jovenes: ¡Aprovéchalos antes de que sientas esa orfandad que hoy yo siento!