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EL OJO PÚBLICO

¿Cuánto aguantaremos en este ambiente?

Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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EN POCAS ocasiones, como en esta octava legislatura de las Cortes, fue tan cierto el refrán de que lo que mal empieza mal acaba. La legislatura arrancó con unos resultados electorales muy condicionados por la masacre del ll-M, acontecida a pocas horas del día en que fuimos a votar, y está entrando en su recta final en un clima irrespirable: el peor vivido nunca en España desde la consolidación de la actual etapa democrática. Las razones de esta confrontación a cara de perro, que impide ya leer a ciertos columnistas, escuchar determinadas emisoras y seguir el crescendo de insultos de los dirigentes políticos más lenguaraces y sectarios, constituye una perversión patológica de lo que en cualquier democracia es habitual entre quien gobierna y quien se le opone con la legítima pretensión de gobernar en su lugar. Es cierto que la oposición y el Gobierno están siempre en lo que están: en una lucha sin cuartel por el poder. Y es cierto, en consecuencia, que el objetivo primordial de la oposición es convencer a los votantes de que abandonen al Gobierno y el de éste persuadirlos de que le sigan y no hagan caso a los cantos de sirena de quienes aspiran a colocarse en su lugar. Hasta aquí todo es normal. ¿Dónde está en la España actual, pues, lo patológico? La respuesta es dolorosa, pero es fácil: en el terreno que el PSOE y el PP han elegido para dirimir ante el cuerpo electoral quién ganará las próximas elecciones generales. Ese terreno no es otro que el de quien está dentro y quien fuera del sistema. Así el PSOE y el PP se acusan entre sí no tanto por lo que hace cada uno -lo que es normal en cualquier sistema democrático- sino por el supuesto motivo que a su juicio respectivo justifica la acción de su adversario. El objetivo del PSOE sería, según el PP, el de romper España, en alianza con los nacionalismos. Y el del PP sería, a juicio del PSOE, el de romper el sistema democrático en alianza con la extrema derecha españolista. No es casual, metidos en esa locura de descalificaciones sumarísimas, que unos y otros hayan empezado ya a tildarse mutuamente de ser antipatriotas, lo que constituye la prueba del nueve de que se ha rebasado con creces el límite de lo admisible en democracia si no quiere ponerse en riesgo la pervivencia del sistema. Hasta hace unos meses pensé siempre que la comparación con el ambiente de la II República era de todo punto exagerado. Sólo ahora, cuando se escuchan y se leen ciertas cosas que proceden de los círculos de influencia del PSOE y el PP, empiezo a pensar que la comparación empieza a no ser descabellada. Todo lo demás lo es completamente.

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