DESDE LA CORTE
Una soldado de Lugo
ES VERDAD: no todos los muertos duelen igual. Idoia Rodríguez Buján, la última baja del ejército español en una misión en el extranjero, no es indiferente para este cronista. No la conocía, no tengo ningún dato de su vida; pero era de Lugo. Sé que es injusto escribirlo, que todos los soldados son iguales, que todos sufren el mismo peligro, que la muerte en una nación en guerra no distingue lugares de nacimiento, pero ruego a los lectores que lo entiendan. Idoia era de mi provincia. Una relación de vecindad hizo que la noticia de su muerte en un país tan lejano como Afganistán me sacudiera en el alma. Es como cuando alguien conocido muere en accidente de tráfico: el accidente parece más real y más cruel. Sencillamente, porque es más próximo. Idoia Rodríguez Buján era una mujer soldado. Era una de los dos centenares de militares gallegos enviados a Afganistán. La mayoría han salido de la BRIAT de Figueirido. Todos hemos visto en la televisión las escenas de sus despedidas. Hemos visto los besos y los abrazos del adiós. Al principio, con la emoción de ver a unos paisanos y paisanas que se marchan a escenarios bélicos. Después, con la normalidad de un hecho frecuente. Y siempre, con mezcla de orgullo y miedo. Orgullo, de ver que nuestras Fuerzas Armadas desarrollan en el mundo una misión armada, pero también humanitaria. Miedo a no ver nunca más a esos soldados. Esto último se ha cumplido con Idoia. Una caravana militar de apoyo, una mina de gran potencia, todos los detalles que dio ayer el ministro de Defensa, y el sacrificio humano: Idoia hace el número 19 de las bajas españolas en Afganistán. Los soldados, en estos tiempos, mueren por accidente o por atentado. La mayoría de los caídos españoles, dentro y fuera del país, han sido víctimas de accidentes de coche, avión y helicóptero. A Idoia le ha correspondido ser víctima de atentado. Su misión se llama «Operación Reconstrucción de Afganistán». Tiene como noble fin colaborar con el gobierno afgano en la imposible tarea de ordenar ese castigado país. No atacan a nadie. No usan sus armas con carácter ofensivo. Pero, vistos desde el otro lado, son milicias extranjeras, claro objeto del terrorismo. La muerte de Idoia Rodríguez Buján me sirve este doloroso día para el llanto por ella. Pero me sirve también -y creo que nos debe servir a todos- para rendir homenaje a los miles de soldados que trabajan en restaurar la paz en Afganistán, Líbano y otros muchos países. Hacen la labor más noble. Prestan el mayor de los servicios. Pero se levantan cada mañana sin saber si volverán a su base. Idoia no volvió. El destino la tenía señalada. El cronista sólo aspira a dejar sobre su nombre esta corona de palabras y papel.