EL OJO PÚBLICO
Salgado y Zapatero, Salted and Shoemaker
HAY cosas que un inglés no podría concebir: por ejemplo, que un ministro sea desautorizado de plano por el presidente del Gobierno y no resigne su cargo de inmediato. Es cierto que eso no hace a los ingleses mejores que nosotros, pero convierte su democracia en admirable. Sea: no tienen sol, ni siesta, ni huevos fritos con patatas y chorizo. Pero, en cuanto se habla de democracia, los ingleses se comportan como lo que son en realidad: sus inventores. ¿De qué forma se hubiera resuelto la crisis provocada por la retirada del proyecto para prevenir el consumo de alcohol entre los jóvenes si Elena Salgado se hubiera llamado Helen Salted y el presidente Zapatero fuese el premier Shoemaker? Solo habrían cabido tres salidas: que mister Shoemaker hubiera mantenido su apoyo a mistress Salted y, por tanto, a su proyecto sanitario; que hubiera retirado el apoyo a este último, lo que hubiera significado el cese inevitable de la ministra comprometida en su defensa; o, en fin, que privada de la confianza de su premier, mistress Salted hubiera dimitido de modo irrevocable. Esas, aunque dolorosas para los afectados, son las reglas democráticas. Y lo son no por casualidad o por capricho, sino con toda la razón. Pues, ¿qué le pasará a partir de ahora a la ministra de Sanidad cuando tenga que lidiar con cualquiera de los grupos de presión -médicos o farmacéuticos, por ejemplo- que podrían verse afectados por el programa legislativo del Gobierno? Que la tomarán literalmente por el pito del sereno. Será suficiente con organizar una buena oposición corporativa, similar a la que han montado los representantes del sector vitivinícola, y esperar a que el presidente se amilane y vuelva a dejar a su ministra a los pies de los caballos. Con su pintoresca forma de entender la democracia, Rodríguez Zapatero considerará probablemente que el desenlace de la «crisis del vino» fortalece el diálogo con la sociedad y muestra que el Gobierno es sensible a las preocupaciones ciudadanas. Los plumíferos de guardia saldrán raudos en su apoyo, para reforzar esta visión torcida de las cosas, y todos tan contentos. Solo sufrirán, una vez más, los cimientos del edificio democrático, que se componen de reglas y principios que de nuevo han sido trastocados en esta monumental ceremonia de la confusión en que vivimos. La guinda del pastel, como habitualmente, la ha puesto el Partido Popular, que ha exigido que la ministra de Sanidad ¡pida perdón en el Congreso!. Así están las cosas: con el Gobierno actuando como si fuera un sindicato y el PP creyendo que el parlamento es un confesionario. ¿Alguien da más?